Pedro Dobao, escultor, o la voluntad de ser.
De demostrar que era artista, mediante el secreto a voces de exigirse más y más, a partir de una vocación precoz en el medio rural gallego en el que vio la luz, que le obligaba a un autodidactismo que le llevó a la artesanía, cuyo limitado horizonte era preciso ampliar. Emigró a Cataluña, vio, analizó, reflexionó, porque la auténtica creatividad exigía la superación. Y al cabo de esa etapa, con la mente llena de imágenes, de formas más intuidas que conseguidas en un principio, retornó a Galicia y se estableció en Vigo, desde donde comenzó a irradiar ese caudal que cuajaría en obra personal.
Primero fue el realismo, el dominar la forma; el dar al barro humilde la vida que sin duda contenía. Testimonió el mundo entorno, con verdad sencilla aderezada de ternura. Se acercó a las gentes de la tierra y del mar, añadiendo en tan común tipología una hondura melancólica, creando figuras, relieves, conjuntos monumentales que esparció por la geografía del país. Y en su indeclinable inconformismo, evolucionó hacia la captación corpórea del pensamiento, en abstracciones inquietantes; en obras que el bronce o el acero realzaban, hermoseaban; agitaban conceptualmente.
Y accedió a dialogar con la geometría. La línea se hizo perfil aristado, nervio que insinúa y sugiere, curva armónica que hizo sonoro el silencio, incorporando al aire, el espacio, a esas materias perdurables.
Olvidó iniciales barroquismos, referencias datables, para imponer lo presentido; aquello que es la absoluta creatividad, simplificando el resultado en círculos incompletos, en haces de imaginarios tallos que se tensan y aparentan el deseo de evadirse, para ser armonías innovadoras, estilizaciones aladas, ballet y deporte, armónica danza de cuerpos sugeridos. También un auroral mundo de vegetales que se conforman con la inédita naturaleza del creador, del artista. Planos vagamente ondulados, a los que se incorpora el encanto de la textura del bronce, rugoso y verdusco o dorado y como luminoso, convencido de lo que nada de lo aprendido y experimentado es olvidable. De que en todo gran escultor hay un artesano superado, que debe conocer las mil posibilidades de esas materias cuando se les obliga a perder su fría rigidez.
Un artista múltiple, a veces inquietante, que cuenta, con el razonar de sus ideas y la habilidad de sus manos, lo que acaso sus palabras, siempre parcas , no sabían explicar.
Innovación, sí, pero desde la tradición. Desde una evolución lenta, no adscrita a modas y sin embargo, tan vanguardista con frecuencia.
A la obra de Dobao puede buscársele referencias. Todo artista las tiene. Más acaece, que lo referido pierde su referencia para ser suyo. Para ser él, desde una exigencia irrenunciable que arropa el esfuerzo tremendo que encierra. De ahí que cualquiera de sus piezas pida nuestra contemplación, la caricia de nuestra mirada, y nos retenga y nos rete, para arrancarle siquiera una parte de su belleza perdurable.