Crítica
SOBRE LA PINTURA DE TACHIBANA
Mientras el mundo, empleando el conocimiento como instrumento, procura colonizar la naturaleza y al propio ser humano, Tachibana se empeña con toda su consciencia y sensibilidad en involucionar hacia las formas y fondos naturales en los que nació ese ser humano. La evolución está destruyendo valores; la involución procura recuperar esos valores, defenderlos, reivindicarlos como expresión natural del hombre.
Este es el pensamiento, este es el sentimiento que mueve la espátula y el pincel de Tachibana. Esta es la sensibilidad con la que, acariciando el lienzo, este pintor recrea la esencia misma de la vida, lo más sencillo, lo más elemental, lo más imprescindible para el respirar cotidiano. Regresar al origen del alma que se está perdiendo en esta atolondrada civilización que aparenta evolucionar recorriendo el sendero de la destrucción.
El arte es para Tachibana el reflejo del alma. Un alma que late, latió, y seguirá latiendo a menos que el conocimiento siga empleándose como arma de destrucción masiva. El alma llora y se retuerce porque la tan evolucionada civilización moderna le está robando espacio, la está condenado a recluirse en las esquinas del tiempo que también diseñan quienes se creen dueños de ese tiempo. El alma está asfixiada por el propio hombre, por los hombres que tejen la soga con la que nos intentan cortar la respiración. El alma quiere regresar al paraíso perdido del que salió. Tachibana, contempla el mar en calma o bravío desde el balcón sin barandilla que nos hacer ser responsables de nuestro camino: ¿nos lanzamos? ¿quedamos parados? ¿qué hacer frente a un abismo ante el que nos situamos sin protección alguna?
Tachibana se fijó siempre en las pinturas legadas por las gentes primitivas; se siente e imagina –a través de esas obras– sus almas inocentes y sanas. También observa las pinturas de los niños de hoy, las observa y lee en ellas esas almas libres, sin la intoxicación que provoca la invasión de la castración humana a través del razonamiento lógico. La lógica es para Tachibana la ilógica del devenir humano. Sabe, pero no quiere compartirlo, que la lógica no es más que otro instrumento de castración, de agresión al sentimiento, a la esencia humana. También tiene en cuenta las pinturas de las personas dementes, que muestra el gran reflejo de sus almas, sufridas, atormentadas. Aunque esas pinturas ya perdiesen la alegría sólo muestren los chillidos causados por el dolor.
Los grandes maestros de la pintura contemporánea como Picasso o Klee, intentaban renovar la pintura fijándose en las obras primitivas de África y América, escuchando la voz de las almas más ancianas. Y se encontraron, ironías de la vida, a los más nuevos dentro de los más viejos. Es la involución del arte… la evolución de los tiempos conduce a la destrucción… la involución es la más fiel defensa de lo primitivo, de lo natural, de la esencia de la vida.
Tachibana imagina, muy inteligentemente, el origen de la pintura: líneas sobre la arena de la playa absolutamente vacía; vacía y blanca, como un lienzo o un papel blanco actual. Con el tiempo, fueron llenando ese vació con líneas y colores, poco a poco buscando las formas; posteriormente, llenaron el vacío cargando de formas ese espacio -como en el Barroco- tras siglos y siglos de historia. El ciclo continuó; el hombre primó de nuevo el espacio, y sacó formas aumentando los espacios vacíos en el lienzo. El artista compara el proceso con un cubo de agua, que primero llenas, y posteriormente vuelves a vaciar.
Sabe Tachibana que su pintura nunca regresará al vacío total, al lienzo en blanco, porque eso sería el comienzo y final de la pintura. El minimalismo que ha tenido como esencia Japón durante muchos siglos, se está abriendo camino en occidente a pesar de que cohabiten en este planeta con otros países que todavía viven el ‘horror vacui’. La sociedad está compuesta por seres individuales, personas que están cansadas en muchos casos de las pinturas con las figuras concretas y delimitadas que, por exceso de explicación sobre ellas, refleja el lienzo. La gente prefiere la sugestión, la insinuación, porque con ello puede interpretar con plena libertad lo que está viendo, y puede hacer uso de su propia imaginación personal para leer y aplicar un mensaje, una emoción, una sensación, a ese cuadro que observa. Por eso nacieron las pinturas abstractas y geométricas, el informalismo antes de caerse al ‘vacío total’ de la pintura.
Abstracto geométrico es un de los estilos que emplea Tachibana para cubrir su lienzo con formas, con casas, con tejados y lunas que iluminan los colores vivos, los latidos del alma del artista. El informalismo conjugado con las figuras abstractas, abren de par en par las puertas de la imaginación de quien observa el cuadro, y ve en el, ese refugio en el que protegerse del mundo, del kaos impuesto por la lógica civilizada. Unas casas, unas fachadas que bien pudieran ser un pequeño pueblo en el que cobijar el alma, y con la luna haciéndose cómplice de un sentimiento callado, susurrante, intimista.
La desnudez del cuerpo y del alma plasmada en un lienzo que no quiere acusar pero acusa. La sencillez de un rostro que no quiere culpar pero culpa, el sonido del silencio sobre un lienzo que calla gritando, y que grita callando, la belleza de lo pequeño, del elemental, de lo que realmente nos estremece la piel del cuerpo y del alma, es homenajeada en cada lienzo de Tachibana, cuerpos tejiendo cuerpos entrelazando sus pieles, sus miembros, sus gestos estáticos que quizás nos estén preguntando sobre viejas preguntas que todavía hoy, la humanidad no alcanza a responder. En la propia pregunta está la respuesta. Y Tachibana lo sabe. Sabe que lo importante no es la meta, sino el camino. Porque la meta, en fin, no es mas que la consecuencia del camino, el final y un nuevo comienzo.
Y así con sus pies descalzos, con el alma desnuda, con las manos limpias y tranquilas, Tachibana camina por la vida mirando al mar, dejándose llevar por una barca en la que bien puede situar a una mujer desnuda y sin sexo, o un alma vagando perdida porque el mundo la aprisionó con tanto saber mal empleado. Queremos gobernar el mundo, cuando no somos capaces de gobernar nuestro más íntimo espacio. Queremos abarcar el universo, cuando tenemos el cuarto de dormir sin un catre, sin una cama para dar descanso al cuerpo. Queremos resolver y colonizar planetas ajenos, mientras alimentamos que el nuestro arda por los cuatro costados. El conocimiento hay que dirigirlo al bienestar del hombre, y no precisamente al material, sino al espiritual, al interior. Ese interior que tanto asusta a quienes tienen el dedo en el gatillo, porque saben que podrán poner rejas a los cuerpos; pero jamás, jamás, podrán poner rejas al alma.
Así es la pintura de tachibana: un nido de amor, de caricias en la piel del sentimiento; la paz más extrema transmitida en cada pincelada, en cada línea, en cada milímetro de color, de vida porque vida es lo que reivindica con su pintura. Lo natural está en cada uno de nosotros. Y Tachibana quiere caminar la vida dejando que sea la fuerza de la naturaleza la que brote, la que mane y llene de contenido la razón del ser humano. Para, precisamente ser Humano. Así es la pintura de Tachibana. Así es Tachibana. La esencia de la vida.
Carmen Carballo, Periodista Escritora.