Crítica
Una nueva propuesta pictórica
Los Lenguajes de la Reflexión
Desde hace unas décadas, Carlos Maño produce una pintura donde se advierten consolidadas señas de identidad expresionistas, contenidos plurales y, con frecuencia, un atractivo lirismo. Una decisión personal que este artista desenvuelve con una imaginería abundante en grafismos de potente capacidad sugestiva y un tratamiento del color, donde tanta importancia tiene la elección de la paleta, así como la generación de texturas y volúmenes. Estos presupuestos originan una obra bien reconocida por coleccionistas, galeristas, críticos y público aficionado al arte contemporáneo gallego. Maño reside habitualmente en Arousa, una comarca de referencia artística por el nutrido grupo de destacados pintores y escultores que viven y trabajan próximos a la ría.
La evolución de este pintor hasta finales de los años 90 transcurrió con un ritmo de serenas inflexiones, orientado probablemente a conseguir lo esencial del complejo mundo interno que revelan sus cuadros. En la producción previa a la obra que ahora podemos conocer, se nota una cierta “economía” de imágenes pero dotadas de nuevas capacidades alusivas, además de una preocupación por exponer otras formas compositivas. Éstos son algunos de los principales atributos en la formación de una madurez artística que se muestra razonablemente sensible a las corrientes – y turbulencias- de la pintura de la segunda mitad del siglo XX. La incontaminada calidad contemporánea de los cuadros de Carlos Maño está respaldada entre otros aspectos, por un desprejuiciado conjunto de opciones y privilegiada por criterios llenos de subjetividad e intuición.
De la Imagen Reproducida a la Imagen Representada
A finales de 1998 la producción de Maño experimenta un importante salto evolutivo que transforma de una manera radical su discurso pictórico. Irrumpe en sus obras una aleatoria selección de imágenes reproducidas que constituyen claros referentes a lo cotidiano, a las nuevas formas de belicismo, lo político como significado y también lo poético. Otra de las novedades reside en que la organización del espacio en la tela se supedita con nitidez a un doble lenguaje de reflexión: por un lado conserva sus entrañables señas de identidad expresionista y por otro, elabora una personal propuesta estética de gran eficacia narrativa, vinculada sólo formalmente con la abierta tradición del arte pop. Sin renunciar a nada, Carlos Maño incorpora sistemas, códigos y métodos de producción tecnológicos en su pintura, aspectos que colaboran en gran medida a definir su novedosa propuesta así como sus novedosos contenidos.
Las referencias a la realidad que Carlos Maño presenta en su pintura son aportadas por imágenes que el artista selecciona en medios “tecnológicos” de reproducción -electrónicos- un osado recurso introducido por el arte Pop (y antes por el collage), adoptado y enriquecido por este artista con una compleja y avanzada técnica que incluye sucesivas intervenciones manuales y digitales. En los espacios más privilegiados de sus cuadros el sensual y esforzado acto de pintar fue reemplazado por el resultado de un conjunto de calculadas decisiones y consideraciones estéticas. En el tratamiento de las imágenes reproducidas hay una investigación que elude, con buena fortuna al azar y a la literalidad. Uno de los felices descubrimientos del trabajo de Carlos Maño es el proceso invisible por el cual las imágenes reproducidas adquieren en su pintura todos los atributos de imágenes representadas.
Una Narración con Significado
Algunos pintores Pop tenían por costumbre vaciar de contenido lo representado con la utilización de colores irreales y fondos neutrales. La carga y el valor narrativo estaban depositados mucho más en el novedoso lenguaje pictórico que en el propio significado de los iconos. Una contribución de Maño a esa corriente es su recompensado esfuerzo de dotar de claras alusiones, y hasta directas alegorías, a los cuadros de su última producción. Corresponde recordar aquí el explícito rechazo de Warhol a la interpretación de significados en su obra. Carlos Maño se involucra en una propuesta estética de singular trascendencia para la plástica española del siglo XX, y devuelve en atractiva innovación un conjunto de sugerencias que asume de ese arte.
La identidad del método, que reside en elegir entre imágenes reproducidas y manipuladas antes y después de su incorporación a la tela, hasta que adquieren la buscada calidad de imagen representada, no está al servicio de la intencionada banalidad que practicaron los artistas Pop. Maño narra, interroga y afirma desde su pintura, pletórica de significados.
La decisión de que en sus cuadros convivan, cohabiten al mismo tiempo recursos pictóricos del Pop y del Expresionismo, denota complejidad, riesgo y libertad creadora.
De la misma manera que artistas de su generación y próximos que transitan con destreza por distintos soportes e innovadoras técnicas, Maño se desentiende, una vez más, de la ortodoxia de las corrientes y estilos, para construir una sólida propuesta personal sostenida, entre otros aspectos, por su oficio de pintor, adquirido en el transcurso de dos largas décadas.
Complicidad, guiño, yuxtaposición, doble discurso, síntesis o referente, cualquiera que sea el esfuerzo semántico para interpretar la presencia de los dos lenguajes que utiliza este artista en sus obras, la realidad es que del conjunto de acabados y eficaces recursos que utiliza Carlos Maño, surge la ambición de construir un espacio propio, de opinar desde una concepción de la pintura y de asumir una identidad visual diferenciada y llena de futuro.
Jorge García, abril de 2002, Vigo.
Carlos Maño: ironía y magia de la pintura
Conocí a Carlos Maño en un momento de esos en que intuición y emoción coinciden: sus obras nos envolvían y eran un paraíso agradable y sugerente. La pasión de la pintura, la obra bien hecha y la mirada a los siglos pasados con los ojos de hoy, los únicos.
Atrás quedaba el caos de una ciudad paralizada en un gran atasco, de un tiempo que jugaba entre lo cálido y lo helador, lo oscuro y lo luminoso de forma caprichosa, respondiendo en todo caso a un azar que ignoraba nuestros deseos. Algo a lo que nos acostumbra no solo el clima, es cierto.
De repente los ojos del artista y mi torbellino de palabras coincidieron a pocos metros del Prado y el Reina Sofía. Ese equilibrio que solo consiguen, a veces, el arte y la vida, existía, nos rodeaba.
En ese momento no quise investigar: disfrutar solo. Los dioses de la pintura y el cine habían salido a pasear tranquilos. Volaban entre nubes. O sobre ellas. El curso de los días entre eterno y cotidiano. Sueños luminosos. Historias para la luz. Y una gran ironía que permitía que todo fuese tan natural. Y es que la obra de Carlos Maño tiene la rara virtud de que sean muchas las lecturas que pueden hacerse de ella. Y su capacidad plástica crea un álbum de familia entre lo sagrado y lo sublime: Warhol, Velázquez, Rubens, Cranach, Miguel Ángel, Rita Hayworth, la Monroe o John Wayne nos parecen tan cercanos y lejanos como la foto de aquella tía tatarabuela que nunca conocimos pero que forma parte de nosotros mismos.
El tiempo inmisericorde se para en la pintura de Maño. El artista sabio, sorprendido de su propio acierto -y quizá levemente temeroso de lo conseguido- nos deja estos cuadros para el tranquilo asombro, de forma que casi no nos demos cuenta de los aromas, los ricos matices y secretos que les dan vida.
Hay en ellos una aparente facilidad, una musicalidad juguetona que esconde lo pensado: se intuye el volcán apasionado, el cauce de lava mudado y encauzado por la bruma que nos lleva a valorar un hermoso día, un excelente caldo, la acogedora calma.
La luz, insisto, de muchas horas de mirar y de pensar nos es devuelta. Recupera el placer tras una batalla en la que nos iba la vida, tras la tormenta del amor (o del color) que nos ha hecho vernos y valorarnos en un nuevo esplendor, más cotidiano, más cercano, más sereno.
A veces es imprescindible una mirada como la de Carlos Maño y sus historias de la pintura. Su placer. Nuestro placer. Ordena el mundo porque sabe de su turbulencia. No es el tiempo de Alicia, sus maravillas son otras: su búsqueda es otra. Hay que mirar el mundo como a través de una inmensa televisión. Y luego apagarla, casi para siempre. Y soñar. Otro cielo, otros pájaros, otra vida. Crearla. Con la pintura. Que los que no ven, vean, si acaso el conjuro hiciese efecto. El río en el que es imposible bañarse dos veces, casi sí. Aunque no sea posible, que sea posible. Dice Juan Gelman que el frío de conocerse puede tener otro destino. Que el corazón no hace sino sobrevivir en el tajo de sus corrientes extrañas. Otro camino: la magia que Woody Allen proponía en La rosa púrpura de El Cairo.
Jesús Gironés