Crítica
EN TORNO A JOSÉ LUIS PÉREZ ALÁEZ
Nuestro comentario sobre la pintura con paisajes y figuras de Aláez, no es fácil reducirla a contadas líneas, en contraposición con lo austero en rasgos y colorismo que observamos en su hacer pictórico, austero, sin retoque y los colores justos.
Así nos presenta el paisaje gallego con los trazos precisos y la cromacía justa en matices ricos en verdes y grises -que llevamos en la retina y el alma todos los gallegos.
La soltura en las formas, le dan pie, en la figura, a darnos la sensación de movilidad que la representa y transmiten en sus lienzos, captación aún más honda, a medida que el observador profundiza en el cuadro, haciendole sentir gran gozo interior.
No me cansaré de valorar y comentar en el principio de su hacer artístico, que le honra y refuerza su origen castellano-leonés, en que sus paisajes de la niñez conformados de formatos paralelos en ocres y oros vivos de la Castilla central y los montañosos de vivas luces de los leoneses.
Nos demuestra Aláez sentirse en la florida Galicia, tan rica en matices verdosos y grises, a sus anchas feliz, así le deseamos muchos éxitos en las actividades de Profesor alcance tantos méritos como los de Artista Pintor.
Los monfortinos no sólo tienen oportunidad de gozar de su obra sino también de aprovechar la ocasión que nos brinda con su Galería-Estudio.
Por el bien de Monforte y del Arte deseamos suerte al artísta José Luis Pérez Aláez.
Antón Patiño Regueira, Vigo 21 de septiembre del 2002.
O EXPRESIONISMO GALEGO DE PÉREZ ALÁEZ
(...) Pérez Aláez oiu a voz da paisaxe galega e, como bo pintor, quixo ser dono do misterio que aniña no seu linguaxe. As pinturas deste artista constituien unha proba plástica da autenticidade creativa que latexa nos seus cadros.
Pérez Aláez síntese fortemente atraido pola singularidade da paisaxe presente nas dúas aurelas meigas -a de Lemos e a de Chantada- do Miño, coa súa Ribeira Sacra, na que se producen uns viños -especialmente tintos- de excelente calidade. Hai cadros, bastantes, deste pintor que recollen e reflicten estas ribeiras outrora poboadas de mosteiros e que inda gardan o misteriso e poético engado do seu pasado medieval. Pérez Aláez dálles vida a estas paisaxes miñotas .
As cores axúdanlle a recrear este mundo máxico e o espectador agradece coa mirada e o espíritu está poesía plástica recreada polo artista nos seus cadros.
No estará de máis, coido, transcribir aquí, ó falar do viño, o comenzo desta cantiga titulada "O amor e o viño":
Ai, viudiña, dame creto
que ninguén cho ha de saber
que na viña vendimada
ninguén pode ir a escoller...
Precisamente José Luis Pérez Aláez foi dono dunha discoteca no pobo de Chantada e alí o coñecín e contemplei por primeira vez os cadros seus que tiña nas paredes. Gustáronme e díxenllo, animándoo a que expuxese. Fíxome caso e deste xeito deuse a coñecer. Aquelas pinturas tamén eran de paisaxes miñotos e xa había nas superficies certo expresionismo e un colorido semellantes ós que agora enriquecen a súa pintura.
Pérez Aláez ama a paisaxe galega, que interpreta personalmente, conseguindo logros plásticos de innegable valor estético. Evolucionou na súa arte, pero dun modo moi coherente, sen deixarse levar por frívolas versatilidades. Trátase dun artista que busca o miolo dos temas que trata, algo que acredita sempre a un artista con auténtica vocación. O que máis admiro de José Luis e esa coherencia e o tratamento da cor, que debulla ata poñer o de relevo os seus matices máis recónditos. Ante un cadro de Pérez Aláez o espectador ten a sensación de que se atopo diante dunha obra acabada, ben pensada, e non dun simple esbozo.
Unha veta telúrica e outra panteística compleméntanse no devir creacional da plástica de Pérez Aláez. Ata me atrevería a dicir que a Santa Compaña camiña polos recantos da súa pintura, nun campo despoboado, invadido polos fantasmas do pasado. O artista co seu expresionismo asimila e adapta a súa obra pictórica ó ser galego. Velaí o segredo ou parte do mesmo, para min, da vitalidade que nutre a arte pictórica de José Luis Pérez Aláez.(...)
Xabier Costa i Clavell
A PINTURA DE PÉREZ ALÁEZ
(...) Pérez Aláez, a fuxir dun formalismo pulido e lustroso, correcto e frío, aplicando un ton sensible e trasparente, dota á solideza case xeométrica das súas imaxes dunha singular fluidez cromática: altera a cor e disolve a forma en fonda melancolía ou paixón febril. Líricamente espido, asolaga as figuras nunha suave soidade ou nun expresivo dramatismo, á procura da emoción e o sentimento, tempera a realidade e amosa o silencio e a materia con tons íntimos e efémeros: cada cor é un signo, apenas un concepto, o tempo e a soidade un sinal case imperceptible.
Xosé María Costa
LA CELEBRACIÓN Y LA LIBERTAD
La pintura de Aláez parece una celebración del mundo, un canto de admiración. Se encuadra en el expresionismo, pero cabría hablar de un expresionismo entusiasta. Trata a las personas como objetos y a los objetos como personas. Se recrea en la carnalidad del mundo y en lo que tiene de alucinación y de fiesta.
Aláez ha ido evolucionando desde concepciones más blandas y fáciles, con elementos del romanticismo y el impresionismo, hasta ganar en fuerza y audacia. Pasa de lo pintoresco y un tipismo convencional hasta la intensidad y la libertad. Sus cuadros se van haciendo a la vez más liberados y mejor construídos.
Aprovecha paisajes o escenas de Galicia, pero cada vez les va arrancando lo que tienen de más visionario. Libera su esencia pictórica. De ahí pasa a los rostros, a las naturalezas muertas o a los paisajes accidentados. En cualquier caso, quiere exponer su asombro, su gozo, su participación en el mundo. Parece que se abraza con él, que lo ama. Siempre pone un dinamismo que arrastra al espectador.
Puede ser el gritar de las frutas o el ímpetu de los toros. Aláez los exalta como Miguel Hernández en sus poemas, pero tal vez sin su tono trágico. En Aláez no predomina lo angustioso o lo dramático, sino la participación con el mundo. El ha declarado en una entrevista que su pintura es sobre todo sensual. En eso está la clave de su percepción entusiasmada.
En ocasiones parece adoptar tonos más meditativos, hay campesinos que pueden recordar los ángelus de Millet. Pero lo principal es la fiesta de los montes o de la vida. Ciertas barcas parecen recordar las condensaciones de Van Gogh, pero en Aláez hay un tono más inocente, más vital.
La culminación de esta inocencia son sus cuadros eróticos. Nada puede mostrar tanto la celebración y el dinamismo del cuerpo como esos seres haciendo el sesenta y nueve, o el otro que muestra la liberación de su desnudo, como si fuera posible un Kokoschka entusiasta. La paleta de Aláez es oscura, como el expresionismo en general, de tonos fríos, puede recordar a Cezanne, y pese a ello la recorre una vibración desatada. El summun de la exaltación erótica lo constituye un desnudo a caballo. No puede haber mayor proclamación de lo corporal y la vida, como en algunos romances de Lorca. Hay tanto júbilo en esa carnalidad como en esos paisajes candentes que hacen pensar en los primeros cuadros de Kandinsky.
Un cuadro de Aláez, con unos niños asomados a un estanque andaluz, tiene un lejano parecido con la famosa mujer en la ventana de Dalí. También el pintor leonés recoge algunas sugerencias del surrealismo, con rara finura. Pero incluso ahí, cuando Dalí nos asomaba al infinito y al misterio, Aláez nos presenta el júbilo del agua y los edificios. El júbilo del mundo a los ojos de unos muchachos.
Se puede afirmar que hay una linea constante en todas las búsquedas de Aláez. Esa línea es la celebración y la libertad del cuerpo y la tierra, una admiración abierta que capta lo que hay de más asombroso y mágico. Esa línea está en esas bailarinas a las que como Degas extrae la gracia corporal. Está en el ditirambo de los miembros humanos que se mezclan. Está en los jarrones tan eróticos como los montes.
Antonio Costa Gómez