La renovada pintura de Lugilde
Lugilde, el pintor lucense, inaugura en la Casa de Galicia en Madrid una peculiar exposición de pinturas y escultopinturas en la que recrea su mundo propio, intransferible, que se presenta como una alternativa más al aburrimiento producido por la evanescencia conceptual de algunas modas pictóricas. Es un caso de artista incorregible, en el sentido de crear una estética "sui géneris", que más que fundamentarse en el fondo y la forma, lo hace en la efusión, la retranca y el humor.
Su pintura ha ido experimentando paulatinamente toda una delirante transformación. De unos diez años a esta parte, hay algo que le ha impulsado a traspasar los límites de la realidad. Ha pasado de una apreciación del mundo exterior, a una profundización de su interior subconsciente, a una penetración en el conocimiento de sus contradicciones, sumando al discurso plástico los motivos intrínsecos más profundos. Por eso, los temas y motivos de hoy ya no son los que ofrecía antes, sacados del entorno de su vida cotidiana. Los de ahora son personajes de alegorías o disfrazados de metáforas, que tienen su origen tanto en ideas abstractas, como en fantasías, sueños, o juegos del subconsciente, con una estética en la que se mezcla el gusto medieval con el arte popular del cómic.
Las obras pueden clasificarse en dos grandes grupos: las de carácter simbólico y las de planteamiento surreal.
En el primero, el extraño simbolismo que imprime a sus lienzos es factor clave. Lo que las define es la pretensión de presentar un metalenguaje de imágenes emblemáticas, con una toma de conciencia sobre deseos transcendentes: la vida, la concordia y la fugacidad del tiempo. Es ejemplo de este tipo de esculto-pintura "Los guardianes de la esfera de la vida".
En el segundo grupo se permite nutrir sus obras de fantasmas de la realidad, de sueños perseguidores y de componentes eróticos, aunque a veces en clave de metáfora. La composición configura enredos plásticos con formas humanoides y zoomorfas. Estas figuras grotescas, extrañas, impregnadas de una leve pátina de humor, desfilan por los cuadros con posibilidades irrisorias, formando una iconografía compuesta por todo un bestiario fantástico y alucinante, agitándose en espacios en los que retornan, con tenacidad de pesadilla, los "ojos flotantes". Este icono reiterativo puede significar el órgano del espíritu, el espejo del alma e incluso puede tener connotaciones de índole sexual. Como ejemplo de este tipo de pintura está "Trouxéronnolo". Las fuentes de su arte son múltiples, pero la principal es el surrealismo. En el momento actual en el que el arte vive al dictado de las modas, que a su vez están al servicio de la rentabilidad económica, el surrealismo está "demodé". Pero continuamente, aquí y allá, surgen de tanto en tanto algunos solitarios en quienes, como un Lugilde, resucita intacto, enarbolando los estandartes de la "libertad insociable", de la "voluntad rebelde", de la "poesía inquietante" y de la "belleza fascinante de lo maravilloso".