A este devoto discípulo de...
A este devoto discípulo de «Altamiro de la Cueva» no le gusta que se tome a broma la pintura, y mucho menos la suya. Pero para ganarse ese repeto hay que ser muy despiadado con uno mismo.
He creído intuir en alguna ocasión el infierno en que se debatía Nitodavila por su experimentación inmisericorde. Su cabezonería, a la par de su inmensa fortaleza física, le ha rescatado no pocas veces del abismo. Y siempre que se ha vuelto a levantar lo ha hecho más desnudo de artificios plásticos. En las obras que ahora expone pulsa la cuerda emocional al cincelar la maravillosa imperfección de un cuerpo, al sugerir, más que explicar, un pedazo de cripta ancestral.
Autor de la crítica:
Salvador Aguilella