Crítica de Mario Conde
Mi padre me habló de los colores. Con su vieja paleta en la mano, sin dejar de mirar al lienzo en que trazaba la forma y color de un hombre caracterizado de payaso, me ilustraba sobre la gama de luces y sombras con las que confeccionaba sus obras, y me hablaba sin dramatismos sobre el valor del arte. Le veía emocionado cuando el color y la forma creaban en la tela un figura que parecía cobrar vida. Y pronto entendí que la obra creada se desprendía, se emancipaba del artista, dejaba de pertenecerle en exclusiva al nacer a la vida. Entendí que la obra artística tiene la calidad de la emoción.
En la creación artística se produce, a mi modo de ver, un doble diálogo. Primero, el del autor con su obra. Es un dialogo interior, emocional, complejo, que vive y se genera antes de que se comience la primera modulación de la materia, sea esta destinada a obra pictórica o escultórica. El artista crea en su interior. Alguien me contó que en escultura, la obra ya existe en la piedra, madera o hierro. El artista únicamente quita los trozos sobrantes de materia para que nazca completa la figura buscada. Concluido el trabajo, la obra cobra vida independiente y pasa a dialogar con cada persona que la contemple. Y de nuevo la sustancia de ese intercambio es emocional. Por ello en ocasiones la contemplación de lo creado genera algo que buscamos con ansia en determinados momentos de nuestras vidas: el escapismo de lo real.
Ese sentimiento de cierto escapismo de lo real, y la consiguiente emoción gozosa, se genera en mi interior cuando he contemplado la obra escultórica y pictórica de Elías Cochón. En la pictórica abunda el color, con tendencia serena hacia el negro y rojo. Y conviven en ella una rebelión frente a la rigidez clásica de la forma, con un respeto a la linealidad que se manifiesta en el empleo de rectas y algún círculo de riguroso trazo. Es curioso pero esa combinación del rojo y negro, que algunos consideran excesivamente agresiva, a mí me genera sensación de serenidad. Por ello esos colores adornan mis habitaciones exteriores y por ello mismo siento especial emoción al contemplarlos en la obra de Elias.
Y ese respeto por lo lineal, ajustado con una rebelión frente a la excesiva rigidez de la forma, se aprecia en la obra escultórica. Supongo, imagino que al concluir la obra combinará alegría por lo creado y cierta tristeza melancólica por el desprendimiento de lo nacido de sus manos. El artista y su obra, el proceso eterno de la creación.
Esa es la esencia del arte, insisto, la capacidad de emocionarnos en el dialogo con la obra. Y esa emoción la consigo al contemplar la obra de Elias. En particular la que tengo, por suerte, en mi poder.