Crítica
LA GALLINITA CIEGA
Jugar es parte del proceso de aprendizaje: las normas que rigen un juego concreto hacen que sea como un ensayo de sociedad, en el que educarse en un sistema de valores de forma espontánea, un aprendizaje de los roles establecidos. Pero también, como en los cuentos, en los juegos se hacen patentes cosas que forman parte de lo que no se dice. Por eso, jugar permite a veces invertir y transgredir leyes de forma más sencilla que en la realidad.
La artista gallega Ana De Matos juega a la gallinita ciega con imágenes oficiales de reinas. En la gallinita ciega varios niños disfrutan esquivando a otro vendado. Aquí, las esposas de la realeza son como máscaras o disfraces: los rostros están tapados con un brazo de carne y hueso, dejando a la vista coronas, medallas, símbolos de estatus y poder. Con las uñas pintadas, la mano de mujer no ciega a las reinas: más bien resalta el hecho de que una reina no ve, porque más que un cuerpo es una imagen, una posición creada por el ornato alrededor. No se puede comunicar con ella, sólo se puede reconocer su estatus. A través de las manos de uñas rojas, De Matos las hace desaparecer, resaltando el vacío del lugar que ocupan como mujeres.
Una reina mantiene una tradición heredada de identidad que llega desde muy atrás. Todos jugamos, sonrientes, ante la negación de la mujer. El juego de la mujer ‘real’ con la dama real apunta a un problema más general. La ineludible condición femenina oculta por la parafernalia monárquica es sólo la amplificación de esta traba, en el punto en que más se debería ver.
Manuel Segade