Crítica
EL SHOW DE FÉLIX. EL JUEGO CONSISTE EN NO DEJAR DE SOÑAR.
Comienzo a escribir estas líneas directamente, con la única impertinencia de una fotografía austera, donde Félix Fernández viste una camiseta blanca y una nariz golpeada (u operada), al tiempo que confiesa en voz alta y por escrito, ser sensible a la belleza. La imagen resulta rotunda, efectiva y, seguramente, a partir de ella se podrían revelar sus secretos que no son secretos sino verdades que entiendo, necesitan transpirar.
La foto esconde la tristeza que se guarda tras una nariz de payaso o la soledad pos parto de la celebridad, del éxito desmedido. Siempre necesitamos más para salir, una vez más, en las revistas del corazón, o para ser como pensamos que los demás quieren que seamos. Y esa es una buena razón para partirnos la cara, y por los dos lados.
En otra ocasión, me referí a los trabajos de Félix Fernández como documentos sociológicos de una conducta determinada y como oposición a la imposición, como búsqueda de un sentido. Para esa búsqueda Félix Fernández no se camufla como un flâneur. Al contrario, se exhibe hasta el exceso, se desdobla, se multiplica, se deconstruye. Algo así como en Trash de Joe Dallesandro, se exhibe perfecto para entender que la búsqueda es la espera.
En su fotografía Sensible a la belleza, Félix Fernández espera orgulloso convencido de su belleza, como aquella mítica Ofelia en el retrato de Millais, que flota viva (nunca ahogada, señaló Mallarmé) ante el desastre convertido en paisaje idílico. ‘¡Oh, pálida Ofelia, bella como la nieve!’, la describe Rimbaud. Como en el show de Félix, todo consiste en no dejar de soñar.
Pensemos en por qué los niños pequeños no quieren irse a dormir o los borrachos se obstinan en continuar ante la utopía de una noche eterna. El deseo de poder seguir mirando, soñando, lo mueve todo a modo de necesidad extrema, como el sonámbulo que debe seguir soñando para no precipitarse al suelo, que diría Nietzsche. Para Félix Fernández despertar de esa suerte de sueño permanente, de esa euforia representada, significaría caer al suelo como en su hombre-perro, retorcido sobre sí mismo, agonizando en su sexualidad arruinada por otros. Por eso Félix continúa sensible a la belleza, con ademán impasible, orgulloso. Y es que toda su obra escora desde ese conflicto entre el individuo y la sociedad, para acabar activando una verdad caleidoscópica de sentimientos que roza la esquizofrenia visual.
Pero, “En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó”, nos dice Borges en su ficción titulada ‘Las ruinas circulares’ que pertenece a El jardín de los senderos que se bifurcan. Me pregunto que pasaría si ese hombre sensible a la belleza, dejara de ser sensible. Existe una necesidad vital de trasvestir la realidad para rozar una subversión, decadente, eso sí. Porque el glamour está por encima de todo, pensará un Félix Fernández que, como Warhol, trata de construir su propio decorado para reforzar ese anhelo; “sólo quiero ser algo cuando me encuentro fuera de una fiesta, para poder entrar”, aseveraba Andy Warhol. Y Félix también quiere su propio show.
Pensemos ahora en la película The Truman Show, donde el protagonista es, a su vez, la estrella protagonista de un programa de televisión de gran éxito, eso sí, sin saberlo. Su vida sirve de argumento de la teleserie y todo lo que le rodea, ya sean los amigos o su propia mujer, son falsos, son actores. La ciudad en la que vive, es un inmenso escenario. En definitiva un mundo feliz a la ‘americana’, artificial y un tanto hortera. Truman nació ‘en directo’ y casi lo matan ‘en directo’. Lo único que importa es precisamente eso, el directo, el público, la audiencia. Todo ello no está muy lejos del exhibicionismo de pasiones que traza Félix Fernández en un conjunto de fotografías pertenecientes a la serie 1.000 maneras de dormir tranquilo. Félix escenifica su propio entierro, su boda arnolfiniana, su sueño... También como durante el sueño es grabado por una serie de cámaras de vídeo, como Truman. Nuestro Félix Fernández personaje también quiere ser un héroe televisivo de la nada.
Félix Fernández, como Truman, comienza a cuestionarse su mundo, las repeticiones, las coincidencias. ¿Es nuestro mundo perfecto? Platón hablaba del mundo como representación imperfecta, una representación conformada a través de nuestra propia ideología. Truman, al final de la película, lucha por romper esa perfección aséptica y superficial, se arriesga a un mundo peor como le advierte su especie de ‘dios creador’; mientras, su público, tan fiel durante tantos años, simplemente se pregunta qué ponen a continuación en la televisión: si no salimos, no existimos.
La cuestión de fondo sería la siguiente: ¿Aceptamos todo lo que vemos?. El mundo de Truman nos da una serie de pistas en forma de humor negro: una profesora lo desilusiona al hacerle creer que todo está descubierto, los carteles de la agencia de viajes muestran aviones atravesados por rayos que advierten ‘Eso puede pasarle a usted’... Truman lo acepta, no reflexiona acerca de esas contradicciones, como nosotros en la vida real que no acabamos de entender que las cosas no son siempre igual a cómo se nos dice.
Todas las acciones de Félix son producto de una narración construida, aunque simulen la apariencia de improvisada performance. Una narración de resistencia ante las citadas contradicciones: “No es lo mismo ver como viene un tifón de pie que esperar sentado”, dirá en entrevista con José Manuel Lens. La frase se podría extrapolar a cómo es nuestra actitud al ver la televisión. Félix injerta su visión crítica, a modo de deconstrucción derridiana, en su obra Prime Time, un relato entrecortado que nos señala una televisión estropeada, falsa y esperpéntica. A partir de una serie de subidas de tono, de silencios, de amagos y pausas, como si de un zapping se tratara, Félix Fernández consigue sumir al espectador en una vertiginosa historia con mensaje claramente apocalíptico, con pornografías disfrazadas, guerras efervescentes convertidas en anuncios de refrescos, espectadores de un partido de fútbol señalados como protagonistas por los propios futbolistas y pitonisas que nos indican el tiempo que nos espera. En el fondo, como ya señalé, lo planteado por Félix Fernández es la búsqueda sin sentido del sentido, la experimentación que nos permita dilucidar nuestra estrategia, enderezar nuestro camino gracias a un cuestionamiento de los que nos rodea, de dudar de cada imagen.
Todo en esta obra salió de la televisión como materia prima, sin embargo, los ojos cínicos de la doble moral periodística se ciñeron sobre ella en un absurdo ataque censor que me recuerda a la tontería americana ante la escurridiza teta de la hermana de Michael Jackson (Janet, creo que se llama) que noqueó la Superbowl. Así, iba yo de boda cuando veo una página de cultura dedicada a las tetas (mucho más grandes, eso sí) que Félix Fernández había arrancado de su corsé como Justin Timberlake a la pobre Janet, que confesó haberlo ensayado. El texto, escrito en La Voz de Galicia por Rubén Santamarta, decía así: “Más de un espectador se ha quedado sin ver los títulos de crédito, y, sonrojado, ha abandonado la sala antes de su finalización. Ni al comienzo ni durante el vídeo se explica que la cinta contiene imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador. Tampoco hay advertencia alguna fuera de la sala en que se proyecta Prime time ni en el vestíbulo en que se anuncia la exposición. Sólo una referencia en los folletos explica que el espectador se encontrará con un relato de «mensaxe claramente apocalíptico, con pornografías disfrazadas”. Todo bien, salvo que en ese énfasis en el espectador (palabra que, por otro lado, el periodista repite redundantemente a lo largo del texto), el medio de masas (seguramente la noticia tuvo muchos más lectores que espectadores la exposición) no lo tuvo en cuenta al ilustrar el artículo con la imagen de la actriz porno que tanta inquietud le provocaba. ¿Qué actitud es más provocadora? Al final la obra tuvo, si cabe, mucho más sentido, al ver la ambivalencia moral de la comunicación también por vía escrita.
Félix Fernández tituló aquella exposición individual para el Centro Torrente Ballester como ‘Descenso’, advirtiendo que ésta trataba de ser “un punto de conciencia después del caos, ya que el hecho de declarar un descenso implica el conocimiento de otro estadio vital superior, ya sea anterior o posterior”, en definitiva, un declive barroco muy acorde con la inestabilidad del mundo que vivimos, tan hambriento de certezas.
Así, el cuerpo que siempre exhibe Félix Fernández, y que es la base de sus trabajos, no es más que la piel del miedo, del éxito, de la injusticia y, sobre todo de las dudas y de los nervios de quien quiere ser aceptado por quien quiere ser aceptado. Todo eso se advierte en sus palabras en la performance realizada en la Sala San Hermenegildo de Sevilla, dentro del Festival Contenedores 05: "... espero que los nervios no me traicionen y muestren una imagen equivocada de lo que soy. El directo es así, un riesgo normal de la auto-construcción que tenemos de nosotros mismos. Imagínate que me sale un sarpullido". ¿Qué pensarán los demás sobre nosotros? Esta pregunta resulta constante en la obra o strip-tease de sensaciones que nos propone Félix Fernández. Todo es una suerte de trompe l’oeil o maquillaje que acaba por construir una identidad.
Aunque lo escrito aquí no son más que palabras introductorias a un personaje que lucha contra la imposición y la mentira, capaz de ironizar sobre la vergüenza social y la necesidad que tenemos de vencer el tiempo. Félix Fernández emprende un viaje a las entrañas de su sentimiento consciente de la vulnerabilidad que sentimos ante la pérdida de un referente. “Cógeme de la mano y llévame a algún lugar interesante”, dice en uno de sus trabajos. Y aún así, alguno habrá que piense que se trata de un excéntrico, cuando nuestro artista no es más que un raro que sube y baja (raro como bien escaso, claro) jugando a no dejar de soñar.
David Barro
IDENTIDAD CATÓDICA (Sobre la obra en vídeo de Félix Fernández)
Conozco a Félix desde hace unos años. Al sujeto y al artista. No somos amigos, pero hemos sabido establecer unos mínimos códigos de entendimiento basados en imputs creativos e intelectuales muy agradables de compartir y, ciertamente, más interesantes que una amistad convencional.
Sin servidumbres emocionales de por medio, me dispongo a entrar en un mundo complejo, rico en matices y denso en cuanto a fuentes inspiradoras.
El cuerpo como mapa, el género como consigna de una nueva identidad, el yo íntimo como ecosistema necesario para la supervivencia, el medio ambiente de cuya sostenibilidad todos dependemos, los mass-media y su poder de transformación de las sociedades modernas; estos son algunos de los temas que ha investigado este artista de perenne sonrisa y acerada agudeza creativa.
Sin cuerpo no hay persona. El cuerpo es el soporte de nuestra identidad, y el aspecto físico y la apariencia visual son aspectos que la conforman. A través de la representación imaginaria del cuerpo, este queda contextualizado en tiempo y espacio. Hablamos del cuerpo simbólico, metafórico, mítico, orgánico, político; de esa visión poliédrica que Félix aplica a cada frame que dispara con el fín de indagar en una de sus principales líneas de trabajo, la relacionada con el concepto de inteligencia corporal y el dominio que ejerce sobre nuestro propio imaginario.
Nuestro pensamiento, nuestra forma de entender el mundo, es metafórica. El cuerpo es el complemento en formato soporte para los cambios de identidad, para el disfraz y el engaño. El arte del performance es una forma de prestar el cuerpo para construir sobre él distintas identidades.
En la obra en vídeo de Félix Fernández, esta disciplina cobra especial relevancia, al ser el mismo artista sujeto y objeto de la acción. Esta se ejerce como hilo argumental de ficciones que establecen un discurso o idea concreta. No se trata de documentar una acción, se trata de narrar una historia, casi una forma de entender la existencia. No se trata de una técnica improvisada y de carácter experimental, se trata de una cuidada técnica resuelta con una apariencia de sencillez. Félix no necesita recursos de post producción, filtros, capas, efectos,etc para hacernos vibrar. Como buen realizador, sabe que un contra plano o un plano secuencia bien encajado en su guión resuelve narrativamente una historia. La renuncia al adorno, al efectismo superficial, a lo kitch, en algunas ocasiones incluso al color, lo convierten en un artista experto en contar historias intensas desde un minimalismo formal, que su cámara certifica ignorando esta nueva tecnología y sus amplias posibilidades de manipulación de la imagen.
Si partimos de la idea que la identidad tiene un componente cognitivo relacionado con las representaciones sociales, y otro componente afectivo que supone un sentimiento de pertenencia a los distintos grupos constituidos, podemos decir que la identidad de un individuo está formada por una serie de variables que se interrelacionan profunda e íntimamente entre sí. La sexualidad es el núcleo sobre el que se articulan cada una de estas variables, con la particularidad de que atraviesa transversalmente al individuo, constituyéndolo de una forma especial.
El estudio de la identidad sexual en la obra de Félix es multidisciplinar porque es desde varias perspectivas desde las que se puede obtener una visión integral de un fenómeno tan complejo. Muchas han sido las disciplinas que han estudiado la identidad sexual y muchas las corrientes teóricas que la han abordado. Su influencia abarca desde los mitos griegos, hasta Freud y Lacan. Si tuviéramos que definir una característica sobre los trabajos en vídeo de Félix en relación a este tema, esta sería la de normalidad y aceptación absoluta del yo. No hay en ellos ni histrionismo plumífero, ni bandera queer, ni dogma rosa. Con una honestidad intelectual y transparencia narrativa en la factura de las piezas que es de agradecer, el artista convierte cada obra en un statement social, con elementos costumbristas y poéticos.
Estamos en una sociedad de consumo, que define nuevos modos de individualidad. En el nivel de las grandes masas, portarse bien es consumir mucho. El índice de consumo es el índice de salud de un país. El consumo se dirige a individuos tipo, que son la imagen de los consumidores. Tenemos interlocutores ficticios en la televisión, pero que cumplen un papel importante para el consumidor. Desde la selva amazónica o desde la habitación de su casa, Félix nos recuerda la falta de conciliación entre nuestro sistema de desarrollo y el medio ambiente, entre nosotros consumidores y nosotros habitantes del planeta tierra.
Hay una sobrevalorización constante de la imagen propiciada por los medios. Los que están en la pantalla tienen una forma de existencia más fuerte, desde un cierto punto de vista, porque millones de personas los reconocen. De ahí el sentimiento de que hay que pasar a través de la imagen para existir. La mejor manera de cautivar a las audiencias es darles la impresión de que pueden estar en la televisión. De ahí el éxito de los reality shows.
En su videografía Félix cuestiona el papel de los medios que determinan ese carácter instantáneo de la comunicación como uno de los factores que ayudan a la difusión de esa idea según la cual la historia ha llegado a su fín y no hay nada más por imaginar que lo que existe. Ese papel contribuye al sentimiento de desencanto espiritual que hay en las jóvenes generaciones. No se espera nada del futuro, no hay perspectivas entusiastas, lo que es sorprendente, porque para él, al fin y al cabo, todavía tenemos todo por descubrir como individuos. Todo es reversible.
Javier Duero, comisario independiente.
Na procura do lugar do meu corpo: as novelas de final-comezo-final de Félix Fernández
O meu corpo disponse aberto, amplo e controlado. É unha topografía que se sirve do vento para oscilar, da periferia para esquivar, do tempo, da terra, dese biombo do social no que exteriorizarme con pel e actitudes. Cada un dos traballos que executa Félix Fernández recollen o lugar do corpo no mapa do social, do exterior, pero desde un posicionamento interior. O seu tempo, lúdico e constante, engana e dispersa en traballos de fotografías, performances, vídeos e instalacións, tamén esculturas, alimentándose no máis profundo da dúbida, da vida, da tempestade dunha caída sen salvación aparente. Posiblemente antes de rematar este texto, deixe de pensar que a decadencia serve de perfil de seguimento; polo de agora gozo pensando no brillo da paixón, do drama, sigo respirando a golpes mentres baixa un pano dun teatro onde actuou un axente de derrotas, dúbida de narracións. A narración e a dramaturxia.
Sen pretender escapar dunha etiqueta de arte corporal, que tamén, hoxe pensamos na doutrina do escritor contracorrente, crítico, nese posicionamento que instrúe o mellor logro do accidentado, do impulso aberto e fusionado entre a vontade de exteriorizar e a de premer na linguaxe persoal. Parte a parte, primeiro o corpo, logo os adxectivos, os pronomes, os adverbios e demais enlaces comestibles. Parte a parte; fragmentos narrativos pousados en entregas temporais, recreadas, ideas desde un guión e proxectadas de xeito controlado, coa única testemuña do meu corpo. Son as posicións, as lecturas e as interpretacións as segundas miradas deste itinerario; hoxe preséntome diante do espello mentres me observo detrás do espello, mentres curioseo as miñas costas. Vólvome reversible, de dúas formas; hoxe escarvo nun terreo de propietarios, na noite; hoxe gardo da miña vixilancia, blindado polos catro puntos cardinais; hoxe imaxino unha festa branca, para loitar na colectividade; hoxe o mapa da miña anatomía parece unha caixa negra, na espera da apertura, deambulando pola traxectoria, chamada carreira creativa. Quizais hoxe, de novo, o protagonista comprenda a causa da miña dúbida: onde reside a incerteza?
“Por los brazos, y también por las piernas
y, si no, por la cabeza,
la cámara capta el momento.
¿Qué pasa que ya no me miras?
Con golpes y audacias
cae en lo que pasa, cae y arrástrame.
Desde el ángulo,
en la encantadora superficie,
siguiendo el contorno cruel, cae y pasa”
Virgilio Piñera. La Isla en peso
Deterioros, erosións, destrozo, culpa e capturas; nin vixilias nin resignacións. A causa do deterioro bebe nas túas constantes de vida; nos sentidos, nos mitos dos que precisas agardar: a narración, a lírica, a harmonía, da perfección ou a beleza. Na súa captura reside hoxe a dirección dos que te observan como artista. Por iso, Félix intenta que todo se proxecte desde o intento, desde esa sensación do que pretende ser, do home que traballa a diario mentres poñen etiquetas que ir cubrindo, que ir superando. Por iso mesmo, quizais, non pensamos en obras individuais, e os seus agrupamentos de pezas en series condensan esa, aparentemente, instantánea do lugar do ser humano na vida e nas posibilidades da vida. O lugar e o humano; o escenario e o personaxe. O artista e a profesión. Insisto: queda un tempo para esquivar as etiquetas, e incluso outro que non ten medo delas.
Imaxinamos un guión establecido, Caixa negra, desde o bosquexo que rodea a actuación do ser humano, dos seus vestixios e protagonismos secundarios, gravados e reproducidos, desde unha mostra -con data e espazos concretos- que é unha escenografía que se abre para dispoñer as dúbidas e os desexos, as causas e os satélites, que hoxe, mentres escrito, pasea ou golpea, alimentan o meu corpo, a miña caixa negra.
Desde hai tempo que penso no corpo, mentres marco de ferida o meu nariz e me instalo diante dunha cama con muller cantando ou policías vixiando; bato no meu corpo, sen tatuar, sen marcar, para deixar que sexa o que me rodea, onde hoxe actúa, o que envía mensaxe aos espectadores. Sen bicos para un contorno suxestivo. Rodeas a túa cama apontoando as súas partes, para sempre fragmentadas, despois recuperas esa mesma polaridade para a instalación do vestixio, da metáfora da fractura, desa vixilancia sen gardas, sen esquiniñas, agora con valos de obra. Sentimentos de perda, de almacenaxe e memoria, quizais non moi distantes dos traballos de Félix González-Torres ou Pepe Espaliu, nese encontro detallado-impulsivo coa metáfora, coa prolongación da escultura que recrea unha experiencia, incluso recollemos a Robert Gober sen antes deixar de etiquetar un corpo ausente, pensativo, coas botas manchadas, no medio dunha sala, diante dun ventilador, mentres escoitamos.
“El control corporal constituye una expresión del control social.
Ya ha caducado la época de los héroes y de las visiones inamovibles e inalterables, ahora tan solo encontramos sujetos, un tanto derrotados y faltos de certitud, en busca de nuevas representaciones”
José Miguel García Cortés, Paseos entre el amor y la muerte
Unha das características polas que actúa o meu corpo sucede na narratividade, nese fragmento de sombra que a obras trasladan e trasladan, implicando no espectador desde posturas de literalidade e simboloxía. Por iso, Caixas negras fai referencia ao argumento do resumo, do grupo de obras que se organizan deliberadamente para resultar públicas, que se agrupan baixo o común denonimador dunha mesma sinatura; ese estado intermedio que sempre dispón a novela de capítulos abertos, como lle sucede aos diarios, que se nomean para resultar presente, puro presente. Os argumentos de Félix Fernández derivan desa parcela do persoal, que evoluciona coa obra e sobre a que dispón eses destinos de marxes case accidentados, case precipitados. A caixa negra mellor disposta é sempre o meu corpo, sobre o que veño dispoñendo as miñas dúbidas, os meus desexos.
A Festa branca, a celebración do excepcional e do cotián. As marxes de realidades que se enchen desde o social; son esas fascinacións imaxinadas, desde o aparente elegante, desde un pasado recreado de música e ambiente.
Percorro o meu corpo, vixiado, blindado. Percorro o perímetro da miña vida, mentres vou nomeando cada un dos francos, leste, sur, norte e oeste que debuxan as catro partes que marcan o meu contorno. Un, dous, tres e catro lados; quizais pensamos nesa medida de Leonardo alcanzando as proposcións do ser humano, quizais en Klein dispoñendo o absurdo, como Nauman, como quinta medida; xa non se definen grandes cálculos, nin grandes consquistas. A medida, o control, segue a ser a faceta do meu corpo que demanda da sociedade, creando un escudo, creando un pano de imaxes, como antes de policías, para ser observado, para estar blindado; sempre me queda a anatomía para intentar, nunca para alcanzar, queda como ensaio, prototipo.
Os miles de xeitos de durmir tranquilo que rodearon unha serie de fotografías, serviron para conformar, como vimos comentando, unha vontade fortemente narrativa, dun actor e do seu espazo. Un contexto, sempre un lugar no que alterar a mirada do espectador, pero sempre un mesmo protagonista. Repaso esas miradas sobre o corpo sen a testemuña da pubertade, pero coa conquista diaria do que se alimenta de dúbidas e intentos e se transviste para liberar(se), nese encontro milimetrado dun corpo topografía, debaixo das sabas, diante da paisaxe verde, ao carón dun matrimonio Arnolfini. Eu e eu mesmo; eu e o meu proxecto no espello; eu e a miña ficción. Por iso tamén repasamos as recuperacións dos seus propios corpos como materiais, como canles de bosquexos, en Carolee Schneemann, Ana Mendieta, Dieter Appelt ou Vito Aconcci, en John Coplans, Pierrick Sorin; en Álex Francés, Lucas Samaras ou Ixone Sádaba.
Atopamos o noso lugar no espazo que non domine, do mesmo xeito que revolvemos na busca dun libro imaxinado ou soñamos na procura dun manifesto de verdade. A busca do lugar. Permanencia, nesa relación do ser humano co seu tempo feito terra, co seu lugar de busca. A captura dunha resposta, dunha explicación, ese escavar constante, coa auga na media perna mentres seguimos sacando terra e lama. Peta nas costas a ruína do pasado, que hoxe existe como escenografía da noite. A ruína, a erosión; non resulta casual que pensemos no descenso, na caída, na perforación sobre unha terra que nos recolle para seguir. Esa memoria que se instala na caixa negra. O vídeo que recoñece esta Permanencia pensa na ollada desde o poético, insistindo nesa narración dun mes de duración, mentres corpo e tempo, ruína e vestixio, cando se entrega ao desgaste.
As obras de Félix Fernández existen desde o sentimento de formar unha complexidade escenográfica; elos dun compoñente maior. Por esa mesma razón, cada mostra ou instalación se examina coidadosamente para elevar os graos de intención dirixida ao espectador, ao visitante. Deste xeito unha cama illada controla a mirada do público cando entra na sala, logo a bipolaridade do visual (corpo, auga e paisaxe), do mesmo xeito de Blindado conforma a visita unicamente coa partida gañada da impaciencia e o logro do guión de comezo e fin-comezo. Ese reverso, como nas proxeccións de vídeos, onde se simula a loita humana de Goya sobre un espello horizontal, na superficie aberta. Serán as súas obras prototipos antes que esculturas, fragmentos e medios, vídeos ou monitores instalados, ou construcións para albergar.
Teño que recoñecer que cando comecei este texto puxen ao meu carón uns libros coa intención de consultalos e que me foran avisando dos seus interiores, que me servisen de piares na busca dalgún posible baleiro. Porque, teño que recoñecer, que identifico a obra de Félix coas miñas mesmas lecturas, coas miñas obsesións diarias, que en vez de trasladar en fotografías ou performances, pousa na busca de explicacións en lectura e feitos. Porque penso que a produción deste narrador, como quen bota man da interpretación do corpo diario, como quen se limpa, ducha ou come, pensando nunha prolongación da obra apegada á vida, apegada ao cotián. Despois el encárgase de limpala de excedencias e presentala nunha vontade referencial, argumentada, crítica e activa; aí toca na miña lectura desta mañá, repasando a Goya e Leopardi.
“Déixome caer ante o xuízo dos espellos.”
Carlos Negro. Héleris
E mira que a escenografía fixo pensar en máscaras e telúricas membranas que se dispoñían sobre a verdade! A plena sinceridade deste autar reside precisamente nesa intención de narrar desde o seu propio corpo, os seus espazos de vida, os seus argumentos de dúbida, de traballos. Reconstrución en negro, como Reversible, péganse como segunda pel á obra, nesa dualidade do espello e o protagonista, nos espazos interiores; os díxitos da man sobre a faciana, os trazos que me conducen e identifican pola rúa. Dedo e pegada, sinatura do persoal, reforzamento da intención sincera.
E mira que a túa escenografía sabía de lugares comúns, sendo neste momento, mentres percorro a caixa negra da cor da paisaxe íntima volta do revés, mostrando o lado esaxerado, alterado, o lado do antiheroe, do que protagoniza a súa propia exposición prolongando a súa propia vida, a experiencia dos anos. Na sala de sinatura, de autorretratos en obxectos, nesa autoficción que se reviste de biografía, de Lugo, Viveiro, Celeiro e Madrid, que se reviste de carne e pel. En definitiva, a escenografía antes que a exposición, e a ficción antes que a escrita, da novela duns anos antes, mentres e durante o 2006. Miradas Virxes, Latitudes, Plugged Umplugged ou Malas Artes; Feedback, Observatori ou Lengua blanca; retallos de escalas de parada e alimentación, na pensión da arte de impulsos. As caixas negras como elementos de inevitable referencia aérea, que gardan a memoria do traxecto, unha determinada viaxe; son arquivos nómades de dirección invitable: gardar para o futuro. Hoxe é presente e o protagonista é o meu corpo, que transita e percorre lugares, espazos de incerteza, nesa dimensión que marcan os lugares por coñecer, as experiencias por vivir, todo co suspense de ir trenzado o vivido e o transitado; o corpo que habita e dubida. Estado intermedio.
Antes pensaba no presente, antes, como propia partícula que define o comezo destes parágrafos escritos en anacos de escritorio, de cociña e biblioteca, de corredor e fiestra, rodeado de dúas gatas e un paseante, a partir de agora, que finaliza este capítulo de varios días, penso nun actor formándose, articulándose, ensaiando. Quizais sexa algo obvio, doado de comprender, botar man do alimento do contorno para petar na porta do inmediato. Quizais sexa esa a forma de traballar de Félix Fernández, sincero proxecto en proceso. Un autor que, por certo, naceu mirando ao norte, onde Lugo perde a súa liña de terra cha, e que, tamén por certo, atopei unha tarde mentres regresaba de mercar unha edición antiga dun deses libros que recordas sempre, Las flores del mal. Por iso sempre identifico a Félix coas tardes, sempre pensando que algo de poeta, de murmurio contracorrente, de corpo emocionado, de narración quebrada, de nómade de arte-vida, ten este escritor de narracións, de autorretratos. Intentos, quizais.
Xosé Manuel Lens