Crítica
SECUENCIAS MELODRAMÁTICAS
La palabra melodrama, nacida para nombrar el drama escrito para ser acompañado de música en su representación, pasó pronto a designar la "obra teatral, cinematográfica o literaria en que se exageran toscamente los aspectos sentimentales y patéticos". En los viejos (y no pocos recientes) melodramas cinematográficos, las mujeres eran las peor paradas: amores frustrados, familias difíciles, vidas hechas migas. En Melodramatic Peach, Eva Mendoza lleva al paroxismo las adversidades a las que se enfrenta la mujer-melocotón, a la que se niega cualquier posibilidad de estabilidad, integridad, autonomía. La analogía que la artista establece entre uno y otro término se basa fundamentalmente en unas relaciones de apariencia y de valores: a una y otro se les pide que sean tiernos, suaves, redondeados, dulces... y ya saben lo difícil que es encontrar hoy un melocotón que sepa como los de antes.
Así que los "microcapítulos" del vídeo que la artista presenta y las dos series fotográficas que lo acompañan muestran diversas formas de imposibilidad, de mentira o de violencia, que ponen de manifiesto lo irresoluble (a día de hoy) de los conflictos de afectan a la mujer actual. Un asunto espinoso al que se responde -qué remedio- con sentido del humor. Eva Mendoza no pretende lanzar un manifiesto incendiario ni una cruzada contra estas situaciones: se conforma con desactivar, en la medida de lo posible, la solemnidad y la ausencia de autocrítica en el pensamiento y las actitudes sexistas por medio de la mofa y la caricatura. Para ello se vale de los lenguajes, perfectamente asimilados por todos, de la televisión y el cine, pero desplazándolos con clara comicidad a un ámbito doméstico en el que sus convencionalismos se hacen aún más evidentes. La artista se desdobla en mirona y objeto de su propio voyeurismo, que se subraya al resaltar el recuadro negro de la cámara-mirilla; en sujeto activo "masculino" -al manipular en el vídeo el melocotón/mujer- y sujeto pasivo -al transformarse en las fotografías en un extraño "injerto" víctima de su naturaleza híbrida.
La forma narrativa que ha elegido para comunicar estas realidades complejas es la de la lectura secuenciada, necesariamente ordenada, que tiene distintas manifestaciones en uno y otro medio. El audiovisual se estructura en breves planos-secuencia que se proyectan en progresión temporal, y las series fotográficas han de leerse linealmente para reconstruir la acción a partir de la sucesión de instantes detenidos. Mendoza, que estudió interpretación, y ha hecho sus pinitos en la ficción, sabe cómo poner en escena su privada -y espiada- representación, y a pesar de la sencillez de la misma ha estudiado cuidadosamente cada elemento, desde la utilización del plano medio, el más habitual en la televisión, en la grabación de las pequeñas performances a la deliberada insinuación de un escenario casero nada glamouroso. El trabajo de edición de las imágenes atenúa el color en determinadas áreas con la intención de crear asociaciones con las fotos de un añejo vodevil.
Pero en ningún momento debemos perder de vista cuáles son las cuestiones que se ponen en solfa: la invisibilidad femenina, que es propiciada paradójicamente por la excesiva e interesada utilización de su imagen; su necesidad de ser bella, de estar delgada, de ser seductora aun a riesgo de su salud y en detrimento de su libertad; su reducción a estereotipos tanto estéticos como sociales, que le reclaman que sea una perfecta madre y que tenga ambiciones profesionales; la exigencia de la pasión y el castigo de la pasión. Al acuchillar el melocotón y hacerlo estallar Eva Mendoza quiere desinflar, destruir el tópico tirano.. o, al menos, hacernos ser siempre conscientes de él.
Elena Vozmediano