Crítica
La escultura y la pintura son los territorios plásticos en los que se mueve Julio Sanjurjo. Deambula de uno al otro con toda naturalidad. El hecho de que sea la escultura su primer ámbito de creatividad estética señala ya algo sobre su obra pictórica, que resulta recia, concebida con la solidez de quien argumenta a partir de composiciones bien estructuradas y, en su caso, académicamente correctas. Desde tales opciones de principio concibe un mundo real que tiene mucho de soñado.
El estilo que con el tiempo ha ido configurando, aporta lo demás al resultado final. Porque Julio Sanjurjo es un autor ya hecho, que pinta paisajes, bodegones, emociones… En definitiva, recrea el mundo propio, en una exposición como ésta, a través de la gracia de los colores y de la puesta en valor de sus propias sensaciones. O dicho de otra manera, aquello que nos quiere contar, desde el ejercicio de la creatividad propia, tiene un tono particular en el que el autor nos muestra un cierto toque íntimo, que distingue su obra.
Y es que, curiosamente, Julio Sanjurjo parece mostrarnos, desde sus pinturas, la emoción que le produce el paisaje o, si se quiere, el sentimiento, con el que acomete su labor sin dejar, al tiempo, de distanciarse -o distanciarnos- de lo imaginado.
Se mueve Sanjurjo en el dilema de presentarnos o bien, espacios únicos - en los que, muchas veces, una naturaleza, apenas relacionada con lo humano, es protagonista -, o bien, sumas de escenas de condición similar, que pueden ser consideradas desde opciones cromáticas diversas, que le otorgan al resultado final un cierto valor de pluralidad, o, si se quiere, de condición totalizadora, semejante a la de los retablos de otrora, contadores de historias de variada y complementaria temática, en aquel caso de condición religiosa.
De lo que trata Sanjurjo es de lo primario, de lo que la naturaleza y el hombre son por sí mismos: vida y tiempo, sumados en esa peculiaridad que los hace, si se quiere, primarios, alejados de cualquier característica cultural particular, para asumir una cierta condición de universalidad, válida, por lo tanto, para cualquier contexto social, con independencia de la raíz cultural a la que pueda corresponder.
Los artistas de finales del XX y principios del siglo XXI que se mueven en el mundo de la figuración han de responder, con su obra, a un mundo que tiende a la globalización y que busca, por otra parte, puntos de encuentro entre mentalidades diferentes. En cierto modo Sanjurjo se halla en ese camino y le otorga, con su aportación estética, y con indudable talento, una respuesta a tal coyuntura.
José Manuel García Iglesias