Crítica
Juan Puchades, valenciano, lleva varios años viviendo en una ciudad gallega, Mondoñedo, ejerciendo como profesor de dibujo en su Instituto de Enseñanza Media. Quizás pudiéramos preguntarnos si al aprendizaje y los primeros años de labor en el país natal, ha añadido su estancia en Galicia, y su contacto con las formas más propias de¡ arte escultórico entre nosotros -románico y barroco-, y de¡ arte en general. Un entorno siempre decide y ayuda, por muy personal que sea la labor del artista, y en este caso lo es en sumo grado, personalísima y original. Puchades es en primer término un inventor de formas, a las que obliga a los materiales más nobles: el hierro, la madera, con una facilidad inusitada. La forma creada por el artista, es expresiva en el grado y en la intención en que éste lo ha querido, y de ahí la veracidad palpable de las esculturas de Puchades. Todas ellas son formas que responden a una idea, o como Cassirer quería, se remiten unas a otras para formar un complejo coherente, que nos da una visión del mundo. Muchas veces hay en las obras de Puchades una intención figurativa que pudiéramos decir expresionista, mientras otras lo que nos presenta es un conjunto simbólico que va más allá de la simple estética. En diversas obras de Juan Puchades hay algo que pudiéramos llamar carga filosófica, y que pretende predicar de la condición humana, de los deseos y de las esperanzas de¡ hombre: la paz, la maternidad, el esfuerzo de liberación bajo el agobio de todo lo que el mundo moderno supone de coacción y destrucción del espíritu y de la presencia natural y libre del hombre en un paisaje de belleza y de concordia, en un equilibrio recobrado, en un renacimiento luminoso, con aquel ritmo virgiliano, el ritmo de¡ trigo y del bosque, que es, en fin, el ritmo de toda Edad de Oro.
Quiero decir con todo ésto, que nos hallamos ante una escultura diferente, en la que al oficio y al gran saber técnico de¡ artista, se une una patente poética, una extrema capacidad de vitalización de formas nuevas, que son a la vez formas e ideas, y de ahí su presencia irreprochable. O dicho de otra forma, todo esto es bello, porque es verdadero. Y en definitiva, de una claridad deslumbrante, unas veces de una dureza palpable, otras de una inmensa dulzura.
Estas breves líneas sólo pretenden llamar la atención hacia un escultor, Juan Puchades, y su obra. Una obra de una calidad excepcional, con la que un escultor valenciano, avecinado entre nosotros, nos enriquece. Una escultura viva, que tiene el aire mismo de la vida, y cuya prodigiosa armonía salta a la vista.
Álvaro Cunqueiro