Crítica
Mirar el mundo con ojos infantiles, sorprendido por las luces que aparecen en la consciencia, lejos de las palabras y categorías, es un ejercicio místico que muy pocos alcanzan. Tarea difícil esa de olvidar lo aprendido. Pero aún lo es más salir de la contemplación y volver a ver cambiando la escala, la perspectiva, la sombra y la luz. Y no todas las transformaciones son correctas, ni todas las correctas son propias, y esto último es crítico.
Queda después buscar el guiño del observador, y alejarse todo lo posible de Damien Hirst.
Ricardo Rilo recorre esta senda con la humildad del monje y el orgullo del artista, un combinado imbatible. Los estudios que hoy expone dan una vuelta de tuerca al expresionismo abstracto y lo atornillan a una experiencia atesorada en el dibujo y el color, en la observación del contraste de la línea del horizonte entre el mar y el cielo y las formas siempre cambiantes y bellas de las olas y las nubes.
Fernando del Valle-Inclán.