Crítica
INUNDACIONES
Luis Fernández Vila, pintor de calidad incuestionable, es un hombre al que admiro por su actitud heterodoxa en lo que a mostrar su obra atañe: en una ciudad (en un mundo) en la que garabatear cuatro líneas en un lienzo otorga a su autor el derecho a ir en pos de una foto en la prensa, y de una crítica amiga y condescendiente, él se obstina en cribar minuciosamente su trabajo creativo y, muy de tarde en tarde, asomar timidamente la cabeza para mostrar sus logros, lejos de toda vanagloria.
Inimitable maníaco de sórdidas naturalezas muertas, cuyos personajes siguen siendo
una botella de agua mineral vacía, una caja impersonal y rota de cartón, una calavera de vaca, un ladrillo y cacharros arrumbados en una atmósfera de desván polvoriento (en estudio ascético y ceniciento de líneas y volúmenes) nadie sospecharía esta modélica y luminosa exposición de paisajes de riquísimas texturas trabajadas por la espátula, y de exquisitas gradaciones atmosféricas de rosas y azules grisáceos que conforman cielos plomizos que recuerdan a los paisajistas holandeses, y a Constable.
A mi me recuerdan, concretamente, a Jan van Goyen, de quien se dice que sus cielos amenazadores parecen ser in-mediatamente anteriores a la lluvia. En el caso de Luis Fernández se diría que son, por el contrario, inmediatamente posteriores a ella: sobre sus campos inundados el sol aparece entre las nubes re flejándose en ellos como en un espejo, o tocando los campos terrosos, o la hierba, con un dedo de luz. Y como los ríos, los caminos serpean entre la fronda como simples accidentes de un suceso grandioso: el momento en que la luz se filtra por entre las hojas y deposita en ellos manchas de oro.
Técnicamente extraordinario, y de vocación clasicista, Luis Fernández Vila crea vaporosas lejanías sin necesidad de la diagonal del río o del camino: en estratos de color que con frecuencia pueden ser vistos no como paisajes, sino en abstracto. Aunque me ha gustado especialmente el tema fundamental de sus panorámicas, metáfora del carácter meditabundo del pintor: campos anegados, silencio y pesadumbre, y el protagonismo austero y esperanzador deja la luz renovadora tras la tormenta.
Carlos Casanova
Arte en un ladrillo
Al calor de la Iumbre de un amable mesón, lejos del bullicio de intramuros, expone Luis Fernández Vila, pintor nacido en Escairón, los mejores bodegones que se han visto en Lugo desde hace tiempo. Es un hombre tímido y con poco interés en mostrar su obra, volcado con pasión en su trabajo y, por ello, considerando siempre que exponer es algo secundario. Sólo la amistad y la intuición de Suso Carreira lograron convencerlo de que era poco menos que necesario mostar al público sus cuadros.
Licenciado en Bellas Artes, Fernández Vila es un pintor que ampara su talento en un bagaje cultural muy poco común en pintores provinciales. Domina óleo, pastel, técnicas de esta serie redonda, cerrada de bodegones, y los secunda con una breve muestra de lo que en paisaje es capaz de hacer con acuarela, así como con dos retratos a lápiz sencillamente soberbios, de precisión y gracia florentinas.
En sus naturalezas muertas una serie de objetos se repiten. con obsesión casi maníaca, confirmando el carácter seriado, compacto del conjunto. Se trata de viejos frascos de olvidadas tinturas y tapones de corcho, cacharros de barro, pesas de báscula, osamentas de animales, cajas de cartón, botellas de plástico de agua mineral que corroen el romanticismo del barro y siempre, o casi siempre, un ladrillo: un ladrillo perturbador, alienador, cuya presencia multiplica el afán antiliterario, antirromántico del plástico, de modo que los volúmenes y las superficies sean tratados sólo pictóricamente, sin el lastre de ternura típico de la vieja cacharrería de los desvanes.
Luis Fernández Vila, impecable técnicamente tanto cuando perfila sus volúmenes dibujándolos como cuando utiliza pintura en exclusiva, pretende siempre un distanciamiento entre espectador y cuadro de modo que la fascinación por los objetos (volúmenes y color) sea pura, sin connotaciones sentimentales. Lo consigue, fundamentalmente, por medio de la luz: luz pocas veces directa y, las más, difusa, no creadora de atmósfera que modifique la esencia de las cosas, pintadas. Dibujo, cromatismo, tratamiento escrupuloso de los volúmenes... estos bodegones parten siempre de un estudio minucioso, sin apenas resquicios para golpes de intuición que puedan quebrar el silencio de este pintor admirador de Sánchez Cotán y de Zurbarán (del Zurbarán de los pequeños bodegones). Los objetos a veces se presentan en una horizontal clásica y otras, las más, en diagonales barrocas, creando composiciones enigmáticas tanto por su estudiado desorden como por su intenso desapasionamiento. 'Vanitas' sin más vanidad que la de su conseguida impersonalidad: una caja de cartón dentro de otra, como muñeca rusas, y del interior de la primera, como un payaso de resorte, la antisorpresa de una botella de agua mineral pintada con el mimo de un pintor de rostros de madonnas.
Carlos casanova