Crítica
Todo cuanto contempla está dispuesto a transformarlo en expresión plástica. Inclusive aquello que su mirada captó fugazmente, y de alguna manera dejó huella en su memoria. Así surge la variadísima temática de su pintura, que va del retrato al paisaje, pasando por el bodegón, claro que con elementos casi insólitos, y esas composiciones en las que lo tópico queda trascendido de sentimiento.
CIDOIRO tiene tras de sí un muy largo ejercicio de pintor: Aunque ha ejercido otras tareas, probablemente no ha sido otra cosa en su vida que asediador de cuanto sea susceptible de llevarlo a la tela, al papel, con línea y color. AIguna de esas tareas complementarias contribuyó a darle dominio del oficio, de modo que pudiera expresarse con seguridad entre intención y resultados.
Vivió largos años en la América caliente, de luz explosiva, de abigarrado cromatismo. Sin embargo, en su memoria Ilevaba otras tonalidades, otros escenarios, los de su infancia, cargados de verdes suaves, de grises brumosos; del rocío mañanero que al despegarse de los viñedos es cendal rosado el resto del día.
Así, nos da esos paisajes que, siendo un lugar concreto y concretable de Galicla, son también, en cierto modo, toda Galicia, acariciada amorosamente por su mancha rápida y efectiva, en la que los piñeiros danzan y los montes se esponjan y ondulan y la arquitectura semeja un capricho infantil. Es decir, que tanto como reflejo o interpretación muy libre de una realidad son estados del alma, que es la única forma auténtica de ser paisajista.
Y junto al paisaje, la reflexión. Lo cotidiano y esrereotipado, en su parcialidad de fragmento, alcanza una intención diferente, porque es presente nuevo desde su pasado. El artista ha visto, y cuanto vió decidió absorberlo. De esa internalización da tanto y tan diferente surge su propio mundo, caliente, retador, a veces casi agresivo, aunque con frecuencia no falte lo sentimental, de manera que desde la anécdota se Ilegue a la expresión plástica que sintetiza modos que ayer mismo fueron notables y hoy no más que un breve capítulo de la vertiginosa vida del arte.
CIDOIRO, pintor veterano, quizá no recordado por muchos, recobra un lugar que le corresponde en el panorama del arte al que tanto contribuyó a mover hace varias décadas. Hay un modo difícilmente definible de sentir y sentirse en Galicia, que nunca le abandonó, porque es gallego hasta la médula. Así aunque acuse la influencia de otros mundos, de otros ambientes, su país, que es su alma, será siempre la esencia de su pintura, en la que aparece una alegría refrenada; una nostalgia que desea acelerar el ritmo vital, porque el lirismo, aunque no renuncie al aderezo de lo bucólico, puede bullir y ser decidor, con el sol tenue que un amanecer neblinento termina por colarse entre la bruma y posar sus cálidos rosas y carmines sabre los verdes agrisados, los platas azulencos, los azules diluidos. En esa tibieza insobornable va la imagen de este pintor; niño grande en artista veterano que, por fortuna, no ha perdido su inicial ingenuidad, claro que ahora más sabia, a consecuencia del secreto a voces que es pintar, trabajar; reflexionar, todos los días, muchos meses, bastantes años. Casi toda una vida.
Francisco Pablos da Real Academia de Belas Artes.