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Crítica

Mujeres y niñas
Femenina, sutilmente, las dos mujeres que aguardan sentadas el tren que tal vez no llegará nunca (“En el andén”, refractario y madera reciclada) no son un alegato feminista por su soledad empática, irresistible, sino por el hecho acaso menos perceptible de estar construidas a una escala levemente inferior a la del espectador que se pasea entre ellas. Así, se convierten en fetiches y se cargan de cierta energía similar a la de los zapatos y los bolsos de “Complementos”.
Complementos que, en preciosa sinécdoque, hablan del mundo exquisito o simplemente intimista de las poseedoras de este bolso o aquel zapato que no están porque, tal vez, han sido desplazadas del mundo por sus propios atributos, fetiches con las que arrumba el poder masculino. Zapatos y zapatos: barrocos, complicados, caricaturescos o simplemente austeros hasta la abstracción: recuerdos, entonces, de los pies que no los habitan, huellas de pisadas que ya no importan. Y en el coro de la iglesia, sobre rascacielos de cajas de zapatos envueltas en papel de periódico (el mundo convertido en su diario de noticias para ataúdes de zapatos, con la “Gioconda” por montera), tristes, preciosos zapatos desprovistos de color, blancos zapatos muertos, fantasmas de zapatos.
Mundo intensamente femenino el de la ceramista y escultora sarriana Violeta Bernardo, maternalmente femenino en los niños secretos de “Secretos”, también sentados en un banquito susurrándose eso que siempre se nos escapa del mundo de los niños o simplemente gozando de la soledad de un ‘chupa-chups’. Niños y mujeres, mujeres a las que les duele la cabeza porque llevan en ella la ternura del niño que se forma en su vientre, y en niños que habitan -aún- un mundo tierno, femenino.
Es esta muestra una elegía amorosa a la niñez y a la feminidad salvada de cualquier concesión al sentimentalismo por originalidad y talento en el trato de la materia. Incluso “¿Hasta cuando?” puede ser gozada por su propia belleza, independientemente del mensaje de las burkas encadenadas. Escribo ‘materia’ consciente de su parecido con ‘madre’: la materia es madre, la cerámica es materia, la ceramista femenina, maternal con su obra, de la que surgen, elevándose con arcaica belleza, los monjes de “Cara o futuro”.

Carlos Casanova
El Progreso

“A cara atravesada”
Violeta manipula a materia para crear imaxes da súa realidade máis íntima autorrepresentándose a través dun material ancestral transformado ó longo dos séculos. As características dun soporte como a cerámica, aparentemente forte e monumental, pero cargado de fraxilidade, teñen moito que ver coa temática das súas obras.
As súas pezas teñen un eixo común, a artista traballa sobre as súas propias experiencias, os acontecementos vitais, asumindo o seu papel como muller nunha sociedade en constante cambio. Toda a súa producción xira arredor da feminidade, as súas esculturas presentan mulleres en diferentes etapas das súas vidas (nenas, mulleres adultas, etc...).
Na súa obra, o adorno e os complementos xogan un papel moi importante como anuladores da propia personalidade; a perda da identidade dentro dunha reflexión irónica sobre o papel da muller na sociedade.
Cargadas de sensualidade e sexualidade, pero completamente baleiras, as súas figuras non teñen rostro, coma seres alleos, instalados en espacios indeterminados ou en ocasións a piques de realizar viaxes a ningures.
As súas novas creacións, reflexionan sobre a infancia, creando figuras de pequeno formato, representan a primeira etapa da vida, a da clasificación formal; as nenas perderon a cara, pero portan fermosos vestidos, elegantes zapatos e lazos nos cabelos.
O arriscado traballo de Violeta resulta atractivo e fermoso, achegándonos a realidade máis fonda e persoal.

Eduardo López Valiña
Historiador da Arte, Artista e Comisario.

Un barro sentimental
Violeta Bernardo (Sarria, 1953) se descubrió como escultora tardíamente. Aunque, según sus recuerdos, el encuentro con la pintura tuvo lugar en la primera infancia, ya había enfilado la madurez vital cuando su inquietud artística se orientó hacia las formas tridimensionales. En pocos años ha logrado forjar un estilo propio, original en el pleno sentido del término, recurriendo a las extraordinarias posibilidades del barro refractario.
El desvelamiento del mundo interior de Violeta discurre paralelo a su lucha por dominar la difícil técnica del modelado y la cocción. Desde el principio optó por erigir sus obras sin moldes ni armazones, ascendiendo desde los pies hacia esas cabezas esféricas y carentes de rasgos que son fundamentales en su discurso. Con paciencia nerviosa, siempre acompañada de la excitación del descubrimiento, somete a las esculturas a una primera cocción que da lugar a la aparición de tonalidades diversas en el barro. El segundo horneado, a 1.250 grados de temperatura, tiene lugar tras la aplicación de esmaltes que proporcionan a las figuras su curiosa pátina de metal añejo.
Esta descripción dista de ser gratuita. Violeta Bernardo no entiende la creación disociada de sus aspectos manuales. Al contrario que los escultores que se detienen en el dibujo de bocetos y confían a artesanos la parte física del trabajo, la artista sarriana se sentiría mutilada como creadora si prescindiera del taller, de la corporeidad de sus barros, del gigantesco horno, que tiene algo de caverna misteriosa y generadora de vida.
Las trece piezas que Violeta presenta en esta muestra, Pasado, presente y futuro con interrogación, tienen como centro la figura femenina, que ha sido, y a todas luces continuará siendo, el principal eje temático de la autora. Se trata mujeres o niñas en actitudes y tareas “propias de su sexo”, como se decía antaño. O bien zapatos, flores y otros complementos que, lejos de aparecer como objetos inanimados, reflejan la humanidad de sus usuarias y atrapan el sustrato de un tiempo en constante mutación.
Se puede decir que Violeta Bernardo es obsesiva en sus argumentos, pero esto no la desacredita en absoluto como escultora. La Historia del Arte en general está llena de motivos obsesivos. Girar en torno al mismo eje, pero en diferentes órbitas, es un camino tan progresivo como la línea recta.
Violeta ha transitado la vía de sus obsesiones depurando formas redondeadas, transmisoras de una ternura que es algo más que eso, en tanto que está teñida de una ironía crítica que a nadie debe escapársele. Una niña planchando es algo más que una plasmación de desarmante ingenuidad. También es un ser humano en el trance de asumir a un yugo que, pese a los innegables avances sociales y las proclamas bienintencionadas, sigue ciñendo el cuello femenino. Hablar de la sarriana como escultora feminista puede ser reduccionista, pero no inexacto.
Los visitantes de esta muestra individual podrán acceder a un lenguaje artístico maduro, tan dueño de sí que ha podido prescindir del expresionismo de las facciones. Violeta logra vehicular la melancolía, la tristeza o la ensoñación sin dibujarlas en los ojos y las bocas, a contracorriente de lo habitual. Ella sabe que no es totalmente exacto que el rostro sea el espejo del alma. Todo el cuerpo lo es.
Una hermosa tarde de domingo, mientras la brisa avivaba los chopos que se divisan desde la ventana de su salón, Violeta me confesó que piensa en tres dimensiones. Y no es cierto. La escultura que ha logrado crear _descubrir, diría yo_ se expande más allá, hacia una cuarta dimensión inaprensible, aleteante y conmovedora. Es el sentimiento que hace de una obra de arte algo vivo e imperecedero, que habla por igual a la mente y a la percepción irracional. Que nos permite reconocernos como humanos en estas dos mitades inseparables.

Manuel Darriba

Violeta

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