Crítica
La repentina irrupción de los medios de comunicación masiva y de la informática en los mundos del diseño y del arte, ha contribuido a que muchos artistas viesen la necesidad de ahondar en las ideas generadoras del objeto artístico y recuperar así el concepto de lo matérico que la virtualidad y los globalismos parecen querer transformar en fluencias efímeras.
Estas fluencias, rápidas y a veces convulsas, plenas de prisa, producen el efecto contrario en muchos de los artistas que como Aurora Santos investiga desde hace unos años el campo de un constructivismo insertado en la contemporaneidad.
Por supuesto que en su obra existen dichas fluencias, pero estos procesos de movilidad conceptual dejan las puertas abiertas para nuevas líneas de investigación debido al tratamiento que la artista hace de los componentes presentados en estas primeras obras. De todas sus series, Montones, de Recuerdos, de Piedras y de Palos aparecen como los primeros elementos definidores.
Aurora Santos lleva unos cuantos años elaborando las series, en las que son patentes por un lado el empleo del color como esencial registro expresivo de sus acuarelas y por otro el carácter objetual y casi cristalográfico de sus esculturas.
El color aparece como el componente cultual, lugar de la memoria colectiva en el que radica el significante que se degrada en múltiples matices. Condensa la memoria de los momentos personales, la clasificación casi categórica de esos momentos y su traducción a colores y formas.
Es en su obra escultórica donde encontramos un empleo milimétrico de las degradaciones cromáticas, que unidas a un estudio previo de las proporciones, aparece en su conjunto, como masa, como ordenación del plano, cuando es sin embargo el plano, continente de irregularidades volumétricas, el verdadero soporte para la representación del orden. La vida y su percepción presentadas en coordenadas espacio temporales.
Su incipiente quehacer en el mundo de lo escultórico, refleja esa apropiación de la idea generadora que aparece en sus pinturas y como la artista traspasa esos conceptos de lo cercano y lo lejano a un soporte físico y volumétrico. Aquí el montón, el conjunto e incluso el amasijo de matices y colores se formaliza, adquiere una poética que solo el volumen y la propia estática de la madera o el cartón como materiales ordenados pueden conferirle. Esa formalización de la experiencia, ayuda al espectador a profundizar en el mundo personal, invitando a comprender cada obra desde un punto de vista sensorial. Nos apetece tocar la materia, aprehenderla, ascender por esos elementos representados y permitir que formen parte de nuestra experiencia fenomenológica.
Aunando el momento perceptivo de cada instante, logra encardinar una serie con la siguiente y crea así la matriz de toda una ideología artística particular, autodidacta. Pero en medio de todas estas ideas, Aurora Santos aporta el regalo: la posibilidad de saborear ese universo del que todo lector forma parte. Aparece así su obra entonces a través de una naturaleza semiótica en donde cada lector, receptor, oyente y comunicador, forma parte de un totum ordenado y matemático.
Entre sus series es la denominada Ciudades, Pueblos y Montes, la que parece excluir el cuidado de lo ordenado y afirmar lo espontaneo. En ella vemos los chorretones de acrilico invadiendo su liquido camino. Pero es en estas piezas donde se excluye cualquier accidente o improvisación. En ellas ese desorden controlado, esas gotas que surcan el soporte blanco, hablan más que nunca de lo que no ha podido ser de otra forma, por ser el único camino de ser.
De su formación vinculada al mundo de la arquitectura proviene la serie Mente, introduciendo ya componentes volumétricos transferidos de los estudios sobre el color y la repetición de pequeños elementos de madera ordenados y proporcionados. La poesía de José Hierro inspira su serie Fe de vida, donde puede observarse perfectamente el movimiento de una vibración cromática.
En la serie Recuerdos. Azul, el rotundo componente de las masas cuadriculadas, parece no pesar creando una zona esponjosa y libre. Permite al cuadro ejercer ese misterioso atractivo de la línea de horizonte, la profundidad de lo perspectivico sin referentes volumétricos cercanos, la lejanía de lo inmediato.
Las secuencias rítmicas nos permiten reflexionar en nuestro propio acontecer, y en el germen de nuestro anhelado devenir. Se trata pues de una obra relajada, calmada y ritmada que permite la percepción y la observación con detenimiento. Piezas que no pasan fácilmente desapercibidas para quienes ven las diferentes piezas como si fuesen frases, desde la invitación al sosiego que producen. Solo las palabras simples y tranquilas maduran por sí mismas.
Carlos Lafuente Pacios. Crítico de arte.