Crítica
Ante el panorama del arte internacional, donde los soportes, especialmente el vídeo y el lenguaje fílmico, han devenido conceptos y, en muchas ocasiones, han generado truculentas versiones experimentales de lo estético que ocupan la imagen glamourosa de las macroexposiciones por todo el mundo, pintar se ha convertido en un acto revolucionario. Es decir, hoy ya resulta más académica una videoinstalación que un cuadro que apela en su formato a la tradición. Necesariamente me sitúo en el contexto de los acontecimientos actuales, cuando ya ni siquiera en las Facultades de Bellas Artes se pinta ni se esculpe, simplemente se filma o se instala. Pero la pintura, que aún guarda mil posibilidades de renovarse, desde la clásica persistencia de un lienzo o de un pincel, tiene defensores pragmáticos en todos los rincones, no sólo en el ámbito globalizador del mercado -cuyo mejores síntomas serían artistas, como Gerhrard Richter o Georg Baselitz, por ejemplo, grandes satars europeas del mercado real, que concilia al arte con la vida-, sino en las periferias de cualquier profesión o territorio. Xan Vieito podría ser un modelo de esa mirada salvífica que prolonga su fuerza creativa, en una vocación reencontrada en la memoria de los mitos históricos que han construido el arte como secreción vanguardista, en un momento en que el siglo –por supuesto, el pasado- podría ser interpretado igualmente en forma de pintura. Mitologías y rituales que, después de los primeros contactos con la febrilidad pictórica, lo han llevado a un terreno descarnado y existencial para intentar comprender el mundo estetizando los pequeños detalles, su entorno, fragmentos de la vida que palpa en el día a día. Para ello ha reconstruido la realidad con las claves cromáticas, cálidas a veces, frías y mortecinas otras, que nos legaron Bonnard, los simbolistas y los nabis, con la carnosidad del Matisse más sensual de las Odaliscas, con un japonesismo que, en otros tiempos, deslumbró a Van Gogh y a los protagonistas del Art Nouveau. Sin embargo lo referencial no oculta la originalidad de una mirada donde el territorio emulsivo se construye entre la figuración y la abstracción, entre la gestualidad, el vacío, el blanco o las veladuras que discurren, en otras ocasiones por una atmósfera azul, transparente y vaporosa. Hay ciertamente en Vieito un sentimiento poético que refuerza el yo romántico que presagia los estados del alma frente a cualquier atisbo de alteridad, pero hay igualmente un deseo oculto de escenificar un mundo cotidiano envuelto en la magicidad o en los sueños fabulados –que tienen alma y cuerpo de mujer y hada- que sólo la pintura puede convertir en expresión ideal de aquellos objetivos que para Kant estaban más en la belleza de las formas que en las historias que había detrás. En este sentido su pintura no sólo me remite al impacto neofauve, que tan exquisitos adeptos ha tenido en el renacer de la pintura-pintura, de la primera postmodernidad, sino también al efecto deco de la Postpainterly Abstraction de Robert Kushner, un pintor que intuye la convulsión de lo bello –el tema central de Avignon, ciudad europea de la cultura 2000, a través de una defensa acerada de un nuevo idealismo- en las revisitas continuas a lo medieval y a lo romántico, al prerrafaelismo o a la necesidad siempre latente de Matisse. Personalizando un dibujo de gestos y minucioso, caligráfico, que refuerza la estructura figurativa de sus composiciones, que nunca desaparece, Vieito lleva la levedad a una dimensión abstracta de la mirada y provoca que los gestos sean toques sinfónicos de una armonía secuencial y en movimiento, como aquella que Kandinsky creía encontrar en la música de Debussy o, más tarde, en el dodecafonismo. Buscar lo bello kantiano es, pues, para él convertir el cuadro en partitura y elevar la composición a la justa medida de sus valores plásticos, reservando un lugar especial para el color como tono –sometido a la intensidad de la luz- y gesto visceral, y la forma como extensión armónica de un espacio hecho de levedad y de sonidos.
X. Antón Castro. Critico de Arte