Crítica
Manuel Quintana Martelo: Modos de ver divididos
La sutileza y convicción del pintor Manuel Quintana Martelo son inusitadas; se guía por la intuición, creando un arte de metafísica y anhelo, y en su presencia el puro afecto del ser se constituye en elemento fundamental de su estética. Esta presencia, como fuente y expresión de creatividad, renace a menudo en el arte de Quintana Martelo, que ha pasado de una hábil discusión de realismo a una estrecha relación con la abstracción y la figuración; los dípticos del artista hablan de su relación con Nueva York, donde reside parte del año, y España, su tierra natal, a la que debe un lenguaje de trascendente objetividad. Sus lienzos de dos paneles, doblemente fieles a geografías y estilos, cargados de significación personal para un artista cuya vida se desdobla entre España y Nueva York, no resuelven la tensión inherente y el valor de exponer dos estilos muy dispares entre sí. De hecho, Quintana Martelo se ha propuesto hacer frente a la división entre dos modos de ser, expresando relaciones que fundamentalmente cobran sentido al ser contrastadas entre sí: las abstracciones del artista, parecidas a Rothko, siempre pintadas en el panel izquierdo, muestran la diferencia absoluta entre sus modos de ser y los platos amontonados, frutas y pinceles representados a menudo en el panel derecho de la pintura.
El deseo de Quintana Martelo es entonces ocupar a la vez dos espacios: La amplitud, fundada gestualmente, de la abstracción, y las formas particulares de un realismo cotidiano que enfatiza la presencia del artista por medio de objetos, pinceles, platos, fruta, que reemplazan a su persona. No siempre ha sido así; los cuadros de Quintana Martelo de principios y mediados de los noventa, ponen de manifiesto que la verosimilitud exacta ha sido clave en su arte: durante esta época, cuadro tras cuadro el artista regresa a un persuasivo lenguaje de periódicos, fruta, verduras, paraguas y flores, donde los objetos retratan la estructura de una existencia vivida en el lenguaje de la forma. Su refinamiento y detalle en estos estudios de vida lo convierten en un artista ante el cual no es posible permanecer indiferente; la particularidad de los cuadros les permite destacar como creaciones tanto de su mente como de sus manos, forjando un diálogo entre la experiencia y su resultado. La exquisita, asombrosa precisión de los cuadros, en conjunción con la falta de presencia humana (sólo uno o dos cuadros de este período representan figuras humanas), los convierte en alegorías del deseo, donde la presencia de la belleza se manifiesta en algo más que en una simple alusión: las flores mantienen su oportuna belleza a pesar de que el pintor sabe, al igual que nosotros, que su elocuencia es sólo momentánea, un instante frente a su propia mortalidad, que es también la nuestra.
Esto es exactamente lo que otorga emotividad y plenitud a la pintura de Quintana Martelo; es un experimento acerca de la belleza certera del momento. Atrapa el instante y se habrá ido, parecen decir sus cuadros; es imposible agarrar la profunda tristeza de aquello que forma el tiempo, enemigo de la pintura y su verdadera condición. La pintura envejece de modo diferente al espectador; extiende un diálogo entre lo que le precede y lo que le sigue pero, al contrario que nosotros, no se debilita con el tiempo. Las naturalezas muertas de Quintana Martelo son apuntes que reflexionan sobre la capacidad que posee la cultura de negar, por el momento, la inconsciencia que es parte de nuestro destino nada más nacer. Su objetividad está envuelta así de un aura de melancolía, porque captura no sólo la amplitud que rodea la estética de la pérdida, sino también la dudosa falta de seguridad que muchos de nosotros asociamos con la naturaleza, que después de todo nos recuerda nuestro inevitable destino, la muerte. Frente a ese reconocimiento de nuestros límites, es posible derivar un lenguaje de pérdida que celebra lo efímero prestándole atención, y esto es lo que sucede en las primeras obras de Quintana Martelo. Engaña a nuestra conciencia de la muerte enfrentándose a ella con un lenguaje que incorpora la conciencia a la forma, de modo que la belleza del detalle resulta al principio ensombrecida para luego reinventarse en luminosas afirmaciones del ser, en la antÌtesis de la muerte.
Poco importa en sentido absoluto que Quintana Martelo haya elegido pintar de dos modos, la abstracción reflexiona acerca de lo que el realismo no es capaz de retratar: las constantes de la luz y el color, la lucha por permanecer fiel al fin último del arte. A medida que el artista madura, ha pasado de una conmovedora consideración de detalle figurativo a una presentación superior, es decir, más compleja, de la realidad, en la que se alude a la historia de la abstracción. Además, a pesar de los separados modos de ver, puede decirse que los dos estados de la pintura se apoyan el uno al otro de forma idiosincrásica; es acertado señalar que el arte abstracto de Quintana Martelo se ve mejorado gracias a la concomitante existencia de un modo de ver realista. Su realismo le sirve de referencia poética; sus cuadros, representaciones exquisitas de pinceles, platos sucios y tazas son autorretratos de carácter íntimo: hacen referencia a una existencia vivida, a una conexión entre la experiencia y la persona a la que se refieren. Quintana Martelo no necesita pintarse a sí mismo en un lienzo porque sabe que la relación entre la vida y el arte existe de forma que las acciones y las posesiones se convierten en sÌmbolos del hombre, que amplía su rango de expresión refiriéndose, aunque sea tangencialmente, a aquello por lo que es conocido. Es en sí misma una abstracción del contenido, una idealización del Yo al que un simple retrato jamás podría hacer justicia. Sus referencias no son tan tangenciales, puesto que hablan de su determinación de explicar a través del hecho del arte el misterio de la vida.
Podríamos preguntarnos entonces, por qué el artista ha escogido la abstracción. Acaso el mundo real no es suficiente para atraer e incluso sorprender al artista? Qué puede expresar un panel de un sólo color frente al realismo? Es posible que Quintana Martelo busque ligarse a una tradición pictórica que hace suya a fuerza de escogerla él mismo; su relación con la tradición americana de la abstracción, en particular con la escuela de Nueva York, se debe a su admiraciÛn por una abstracción absoluta, representada en los lienzos de Mark Rothko, pintor que le ha influenciado claramente. Rothko buscó una urgencia en la abstracción, creando una transparencia emocional que transformaba simples formas rectangulares en lienzos de extraordinaria belleza. La melancolía se convierte también en tema, los campos de color de Rothko proponen una visión trágica de la vida; su gran luminosidad refuerzan la emoción, casi impotente ante la tristeza de las cosas. Quintana Martelo también ve un propósito orientado hacia la limitación de sus abstracciones, que son versiones del absoluto que rozan la reflexión acerca de la muerte. En una de las pinturas más recientes de Quintana Martelo, el pintor tiene, en el panel de la izquierda, un fondo rojo con una equis hecha con cinta (esparadrapo?)en el centro, y fantasmas de una cruz a su alrededor, y en el panel derecho tres platos con tubos de pintura y pinceles usados sobre fondo gris. Es una obra plena, comprometida con sus propias ideas y a la vez sensible a las tradiciones pictóricas que la preceden.
En realidad, lo que preocupa a Quintana Martelo por encima de todo es la condición de la pintura, su capacidad para materializar el mundo actual y conjurar las emociones. Su punto de vista sobre lo que le rodea es a la vez autobiográfico y sentimental; sus pinturas aluden, simbólicamente, a la historia de la abstracción americana y a la vez a la energía creativa del realismo. Es cierto que sus dos estilos inconfundibles se alimentan el uno al otro, a pesar de que los dos modos de ver no siempre se apoyan mutuamente; en la obra mencionada anteriormente, se pone de manifiesto que el artista actúa de una manera porque no puede ofrecer dos versiones de la existencia en una sola imagen. Así, la yuxtaposición de ambas hace trascender su significado. Quintana Martelo desea unir dualidades sin dañar a ningún modo de expresión; aún así, puede ser que la abstracción y el realismo sean tan distintos entre sí que resulte imposible conciliarlos a nivel formal. Y en este punto el artista es extremadamente agudo, porque presenta su visiÛn mostrando provocando una visión que es amplia e inclusiva. En el arte de Quintana Martelo, la belleza de la abstracción se combina con la belleza de su realismo, y los dípticos deben contemplarse como la respuesta de un hombre a la complejidad del arte al comienzo del nuevo milenio, cuando las referencias históricas se convierten con demasiada facilidad en extremadamente reflexivas y autoreflexivas.
La conciencia de su propia identidad no es, sin embargo, parte del plan de Quintana Martelo. Es un pintor fuerte, por inclinación y por voluntad. Su reticencia a incluirse a sÌ mismo como una presencia real de su arte podrÌa interpretarse como una decisión silenciosa de permanecer al margen de las t·cticas de promoción unidas al ego que hoy en dÌa emplean muchos artistas, sea cual sea su estilo. Respeta claramente la tradición a la que pertenece, encontrando una poderosa estética en su difÌcil aproximación a la Escuela de Nueva York. Por otro lado, sus yuxtaposiciones celebran su atracciÛn por todo tipo de arte; la abstracciÛn de sus pinturas recuerda con cariÒo los heróicos esfuerzos de aquellos que le precedieron en la ciudad de Nueva York. Mientras su homenaje es desinteresado, es interesante que haya hecho referencia al expresionismo abstracto, un lenguaje cuya trascendencia es, en gran manera, guiada por el ego. A menudo en sus paneles abstractos habrá un pequeño gesto, una estructura serena o una forma, dando vida al fondo monocromo; estos gestos son todo cuanto Quintana Martelo se permite a sí mismo cuando pinta sus lienzos abstractos. AsÌ, es fácil ver sus pinturas como entrega al oficio, en el que el artista trasciende a sÌ mismo identific·ndose con su método, como opuesto a su expresión. De este modo se
asegura de que su homenaje es único. Es acertado pues, decir, que necesitamos esta clase de arte, porque el arte contemporáneo se ha vuelto demasiado autorreflexivo. La dedicación de Quintana Martelo a su trabajo ha dado fruto: tiene algo que decir, algo nuevo a la hora de respetar la tradición y de mantener la dignidad frente a la Historia del Arte. Su trabajo nos recuerda el tiempo en el que la pintura era importante, en el que el método era tan importante como la inspiraciÛn. El artista representa la madurez creativa que incluye al Yo, incluso si ese Yo nunca se manifiesta directamente. Su reticencia es a la vez una crÌtica y un absoluto.
Jonathan Goodman, poeta e escritor, especialista en arte contemporáneo.
Publicou artígos e críticas para revistas como Art in America, Sculpture, e Art Asia Pacific. Hoxe é profesor de crítica de arte no Pratt Institute de Brooklyn (Nueva York).