Crítica
Eugenio Cabaleiro ofrece una etimología ambivalente “bien nacido y caballero” que le cuadra bien en esa contextura humana que la naturaleza le ha dado y haciendo gala de sus atributos cera una obra nacida con bondades y oficio, obteniendo una factura esculto-pictórica de acertadas calidades, utilizando el color, resinas y las materias sólidas con eficacia, precisión y un sentido armónico poco común. Un trabajo disciplinado con el que reconstruye paisajes y edificios dando la sensación de haber contribuído a la misma recuperación orgánica de la materia y de la naturaleza, apoyado en una gama cromática que se diluye desde el azul del cielo hasta los verdes que surgen poderosos entre las suavidades terrenales de los ocres y grises que alcanzan tonos de inefable lucidez.
Pudiera hablarse de un cierto escapismo temporal y espacial en la concepción de su obra, un matiz modernista rubendariano, sin embargo, Cabaleiro, no se coloca en la torre de marfil, sino que baja al ruedo de la vida y del compromiso exponiendo con valentía y amor una temática histórico-social actualizada, para absorber esencias que actúen como revitalizadores de una identidad perdida.
Desde el Cebreiro a la catedral de Compostela, desde la humildad al saber, así va caminando en esa romería incansable del arte Eugenio Cabaleiro, con su carga de ilusiones a cuestas, con los ojos abiertos a la vida, luchando consigo mismo e intentando sorprenderse a sí mismo, con su trabajo, con la emoción a flor de piel para captar los más pequeños detalles, una brizna, una hoja, un canto rodado, que la pátina del color va haciendo únicos y nuestros.
Fernando Elorrieta